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al bien. Llevaba siempre consigo el rosario, que
rezaba lo más a menudo posible. Sus conversaciones
preferidas eran sobre Dios, la Virgen y el Papa; y
nunca dejaba de hablar del Oratorio y de su
querido don Bosco, a quien profesaba tanto amor
que, cuando se encontraba en su casa paterna, le
parecía encontrarse entre espinas.
Este digno hijo del Venerable fue a celebrar el
25 de diciembre su primera misa en el pueblo.
Escribía de este modo el sacerdote Nicolás María
Lisa: <<íCon qué diligencia se preparó a ella don
Pedro Racca y con qué fervor la celebró! Todo el
mundo se formó de él el concepto que se tiene de
los santos; entre otros el caballero José Barale,
notario y secretario de este ayuntamiento,
exclamó:
>>-íQué santo sacerdote debe ser este joven
levita!
>>Yo pronuncié el sermón aquel día y presenté
el poder de la Virgen que supo desvanecer los
temores y dudas de su infancia y quitarle todo
obstáculo para conducirle al sacerdocio; y dije,
para acabar, que por tanto era su deber predicar,
mientras viviese, las glorias de María>>.
Estaba bien persuadido de ello nuestro buen don
Pedro, puesto que entre las muchas gracias que
había obtenido de Ella, recordaba la de una feliz
memoria, como ya hemos narrado, al principio de
sus estudios. Pero tenía una recentísima para
estar agradecido a María. A fines de noviembre
había sido avisado por los Superiores para
disponerse a recibir la sagrada ordenación. Debía
prepararse a sufrir el examen requerido, pero
cansado por otros estudios y distintas
ocupaciones, andaba diciendo:
-íEs imposible, es imposible que me presente!
íMe falta tiempo!
Mas como insistieran los Superiores, se puso a
estudiar un tratado con la mejor buena voluntad.
Sin embargo, se dio cuenta de que con sus solas
fuerzas podía hacer muy poco. Pero, como entonces
se estaba en la novena de la Inmaculada, se
dirigió a la Virgen santísima en demanda de
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en circunstancia tan crítica. Vínole la ayuda,
pero no enseguida. La antevíspera del examen
todavía no estaba preparado. Con mayor fervor aún
torna a suplicar a su madre María que le eche una
mano: y aquel mismo día continúa con los libros.
Al instante advierte que todo lo que lee lo
retiene en la memoria. De esta forma se encontró
tan preparado que maravilló a los examinadores.
Contento de la gracia recibida, no supo callarla y
la contó en clase sin decir el nombre del
favorecido, por la Virgen, pero luego durante el
recreo ya no pudo ocultar que el agraciado era él.
Narró el hecho a sus alumnos para animarles a ser
devotos de María Auxiliadora y confiar cada día
más en su poder.
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