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>>->>Entonces cómo tengo que hacer?
>>Respondí:
>>-Apoye a don Bosco en su obra y tendrá la
aprobación de todos los buenos y el eterno
agradecimiento de los hijos de don Bosco>>.
Hasta aquí monseñor Cagliero. Sin embargo, don
Pablo Albera no fue ordenado hasta el año
siguiente.
Hacia la mitad de este diálogo, el Arzobispo,
bromeando, agarró a don Juan Cagliero por el tupé
y le dijo:
-íAh, Vos venís a sermonearme!
-No, Excelencia, perdóneme; respondió Cagliero.
Yo no vengo a sermonear a mi Superior; pero cuando
veo que se contradice a don Bosco o que se
desconoce a nuestra Pía Sociedad, no puedo
contenerme como debería hacerlo.
La conversación había durado casi tres cuartos
de hora.
Cuando don Bosco se enteró del éxito de la
embajada, se limitó a observar cómo el Arzobispo
se dejaba arrastrar por su demasiado buen corazón
para oponerse a él. Ciertamente su modo de obrar
no era precipitado, más aún, era fácil a ceder, ya
que le repugnaban las medidas odiosas que le
sugerían, so pretexto del bien de la diócesis. De
aquí las continuas dudas y sus concesiones,
alternadas con algún acto de mal humor contra los
clérigos del Oratorio.
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