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y cuando, ya profesor en el Colegio de Mirabello,
estuvo próximo a las sagradas ordenaciones, hizo
cuanto pudo para lograr su intento.
Ya antes, don Juan Cagliero, habiendo ido a
None para una función parroquial con los músicos
del Oratorio, desde su primer encuentro con el
teólogo Abrate advirtió que no se trataba sólo del
Seminario, sino que el buen Párroco tenía ideas
equivocadas en cuanto a don Bosco, sus intenciones
y su Institución. En efecto, después de vísperas
comenzó el párroco a discutir con él respecto a la
Pía Sociedad y hablaron durante más de tres horas.
Don Juan Cagliero respondió a las objecciones con
la solidez de razonamiento que le es
característica. El teólogo Abrate le escuchaba,
rebatía sus argumentos y dijo para acabar:
-Mire, el Seminario es para los clérigos, y
allí deben instruirse:
>>por qué don Bosco los tiene en su Oratorio? El
clérigo Albera lo quiero para mí y no para don
Bosco.
Don Juan Cagliero le hizo observar cómo era
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necesario que aquel clérigo siguiese en el
Oratorio, al menos para enseñar a los diez jóvenes
recomendados por él, porque, para algunos que
quedaban en el Oratorio, don Bosco mandaba
muchísimos a todas las diócesis piamontesas. Ante
ésta y muchas otras razones presentadas por don
Juan Cagliero, el teólogo Abrate ya no respondió,
y le acompañó con los músicos hasta la estación en
donde, leal como era, le dijo al despedirse:
-Sus razones pesan: lo pensaré.
Pero él ya había echado sus cuentas sobre don
Pablo Albera, sacerdote. Sabía su virtud, su
talento y su ciencia, y quizá deseaba tenerlo como
coadjutor. Por eso no se resignaba a perderlo; y
una vez, habiendo ido a Turín, se presentó al
Vicario General, Monseñor Zappata, lamentándose
calurosamente de don Bosco, que quería ganarse a
los jóvenes, que eran sus feligreses, hasta que
llegó al caso específico del clérigo Albera. El
Vicario le escuchó con calma y le preguntó al
acabar:
-Dígame; >>quién ha mantenido a Albera durante
sus estudios?
-Don Bosco, respondió el Párroco.
-íPues bien!, prosiguió el Vicario, con su
proverbial sencillez;
si don Bosco ha dado alfalfa a la cabra, es justo
que disfrute de su leche.
El Párroco, más que satisfecho, quedó
desconcertado ante esta inesperada respuesta, fue
a visitar al mismo Venerable y comenzó a discutir
con él esforzándose para persuadirle de la
necesidad y del
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