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((**Es8.853**) y cuando, ya profesor en el Colegio de Mirabello, estuvo próximo a las sagradas ordenaciones, hizo cuanto pudo para lograr su intento. Ya antes, don Juan Cagliero, habiendo ido a None para una función parroquial con los músicos del Oratorio, desde su primer encuentro con el teólogo Abrate advirtió que no se trataba sólo del Seminario, sino que el buen Párroco tenía ideas equivocadas en cuanto a don Bosco, sus intenciones y su Institución. En efecto, después de vísperas comenzó el párroco a discutir con él respecto a la Pía Sociedad y hablaron durante más de tres horas. Don Juan Cagliero respondió a las objecciones con la solidez de razonamiento que le es característica. El teólogo Abrate le escuchaba, rebatía sus argumentos y dijo para acabar: -Mire, el Seminario es para los clérigos, y allí deben instruirse: >>por qué don Bosco los tiene en su Oratorio? El clérigo Albera lo quiero para mí y no para don Bosco. Don Juan Cagliero le hizo observar cómo era ((**It8.1005**)) necesario que aquel clérigo siguiese en el Oratorio, al menos para enseñar a los diez jóvenes recomendados por él, porque, para algunos que quedaban en el Oratorio, don Bosco mandaba muchísimos a todas las diócesis piamontesas. Ante ésta y muchas otras razones presentadas por don Juan Cagliero, el teólogo Abrate ya no respondió, y le acompañó con los músicos hasta la estación en donde, leal como era, le dijo al despedirse: -Sus razones pesan: lo pensaré. Pero él ya había echado sus cuentas sobre don Pablo Albera, sacerdote. Sabía su virtud, su talento y su ciencia, y quizá deseaba tenerlo como coadjutor. Por eso no se resignaba a perderlo; y una vez, habiendo ido a Turín, se presentó al Vicario General, Monseñor Zappata, lamentándose calurosamente de don Bosco, que quería ganarse a los jóvenes, que eran sus feligreses, hasta que llegó al caso específico del clérigo Albera. El Vicario le escuchó con calma y le preguntó al acabar: -Dígame; >>quién ha mantenido a Albera durante sus estudios? -Don Bosco, respondió el Párroco. -íPues bien!, prosiguió el Vicario, con su proverbial sencillez; si don Bosco ha dado alfalfa a la cabra, es justo que disfrute de su leche. El Párroco, más que satisfecho, quedó desconcertado ante esta inesperada respuesta, fue a visitar al mismo Venerable y comenzó a discutir con él esforzándose para persuadirle de la necesidad y del (**Es8.853**))
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