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((**Es8.847**) El 21 estaba don Bosco en el Oratorio para una hermosa fiesta. La estatua de la Virgen, colocada en lo alto de la cúpula, lo fue con su color natural, de bronce. Las doce estrellas, que formaban corona sobre su cabeza, estaban colocadas de modo que podían ser iluminadas con llamitas de gas. En el pedestal se había colocado esta inscripción: Angela y Benedicto, esposos Chirio, como obsequio a María Auxiliadora FF.; en recuerdo del nombre de los beneméritos donantes. Pero el color bronceado de la imagen hacía que a cierta distancia resultara poco visible, por lo que se pensó en dorarla. Una piadosa persona, benemérita ya por muchos títulos, se encargó de pagarlo; y el dorador fue G. Soave, exalumno del Oratorio. ((**It8.998**)) Como estuvieran ya terminados los demás trabajos de guarnición y adorno, don Bosco procuró que fuese bendecida con una de las más devotas solemnidades. El arzobispo monseñor Riccardi, asistido por tres canónigos de la Catedral y muchos sacerdotes quiso acudir, él mismo, para realizar esta sagrada función, que se celebró, parte en la iglesia nueva y parte en la iglesita de san Francisco, donde, tras un breve discurso para demostrar la antigüedad del empleo de las imágenes en el pueblo hebreo y en la iglesia primitiva, se impartió la bendición con el Santísimo. El momento en que se quitó el lienzo que cubría la estatua fue solemne. La banda de música, colocada en lo alto de la cúpula, hizo resonar las armonías de un himno majestuoso en honor de María y a ellas se unieron centenares de voces cantando. -Salve, oh Virgen divina, -Salve, fuente de piedad, -Tú eres Madre, Tú eres Reina, -de la triste humanidad. Y siguieron hasta la última estrofa de aquella canción que les era tan familiar. La estatua resplandecía, iluminada por los rayos del sol: ya han pasado cuarenta y cinco años en los que parece diga a cuantos la contemplan desde cerca y desde lejos: <<-Yo estoy aquí arriba, para recoger las súplicas de mis hijos, para enriquecer con mis gracias y bendiciones a los que me aman. Ego in altissimis habito, ut ditem diligentes me et thesauros eorum repleam>>. Con esta fiesta quedaba confirmado el antiguo sueño de don Bosco. Mientras tanto había llegado a Turín el altar del conde Bentivoglio, enviado desde Roma, y don Angel Savio se lo comunicaba el 25 de noviembre al caballero Oreglia. (**Es8.847**))
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