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y entraban en Roma los primeros batallones
franceses. A la noche siguiente, mientras
Garibaldi junto con los suyos se retiraba a Monte
Rotondo, un pelotón de zuavos, después de
descubrir el último refugio de conjurados, junto
al cuartel Serristori, lo asaltaba. Fueron
recibidos con una descarga de fusilería, en la que
murieron su capitán y dos soldados y tomaron el
puesto a la bayoneta. Así se apagaba el último
rescoldo de la insurrección.
La guerra terminó en Mentana, contrafuerte de
Monte Rotondo.
El 3 de noviembre cuatro mil novecientos soldados,
entre pontificios y franceses, derrotaban a los
garibaldinos y los ponían en fuga. El ejército
italiano tenía orden de atravesar las fronteras.
Garibaldi, arrestado por los carabineros
italianos, fue conducido, con todos los honores, a
La Spezia, y desde allí a Caprera.
A titulo de curiosidad referimos nosotros aquí
una visión profética, ((**It8.991**)) impresa
el año 1862 en un libro titulado el Vaticinador,
editado en Turín por la tipografía italiana de F.
Martinengo y Cía. notando también cómo algún
eclesiástico era propenso a creerla original de
don Bosco.
Léese así, en la página 28 de dicho libro:
Visión tenida en Turín por un anciano
eclesiástico, de iluminada doctrina, consumado en
la virtud y en los trabajos del sagrado
ministerio, amargado con el pensamiento de la
siempre creciente irreligiosidad e inmoralidad.
El 26 de julio del corriente año (1862)
encontróse dicho religioso, transportado en
espíritu, sobre una gran plaza, que le parecía la
del Vaticano. En medio de la misma se levantaba un
monumento de mármol blanco de figura cuadrada
apaisada;sobre dicho monumento había una estatua
que en un principio no podía distinguir bien; pero
después vio que representaba la Inmaculada
Concepción de María Santísima.
Alrededor de este monumento se agitaban muchos
estrepitosamente. Ninguno vestía el hábito
sacerdotal o religioso: éstos se alternaban en el
servicio separándose airadamente sin poder nunca
ponerse de acuerdo, y desaparecían sin haber
obtenido más que un furioso rumor.
Unos pocos contemplaban mudos desde lejos aquel
simulacro y aterrados miraban de tanto en tanto la
tremenda lucha que en torno a aquel monumento se
desarrollaba, sin lograr nunca causarle ningún
daño. Y cuando unos, cansados y confundidos,
cedían el lugar a otros, y no quedaban más que
unos pocos que en voz baja parecían entenderse,
vio levantarse, detrás de la estatua de la
Inmaculada, un guerrero que hasta entonces había
permanecido indiferente e indicaba a todos los
inquietos que se acercaran a él. (El visionario
conoció al individuo al que llama Liberador, pero
no quiso nombrarlo). Entonces la Bienaventurada
Virgen María, de repente, aunque era de blanco y
frío mármol, sin embargo, irradiaba una
sobrehumana majestad de su semblante augusto y con
las sienes coronadas por una diadema, y toda su
persona, tomando una expresión divina, adquiría el
aspecto de una Reina vencedora y protectora.
Extendía su mano derecha al Vaticano y parecía
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