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y le hicieron salir de la pequeña estancia, sin
reflexionar en el agravio que hacían a su
superior; lo llevaron al comedor, compadeciéndole
y declarando estar dispuestos a apoyarle con todas
sus fuerzas. Lo tuvieron a su lado durante el
resto del día, con admiración por parte de la
Comunidad.
El corazón velaba la razón. Durante la cena,
estos profesores que, por otros motivos, se las
tenían tiesas con el ecónomo, empezaron a criticar
en alta voz su comportamiento en aquella
circunstancia, por haber castigado a un inocente
sin escuchar sus razones. Se inflamaban los ánimos
y no se medían las palabras. Don Bosco callaba y,
después de las oraciones de la noche, anunció que
a la mañana siguiente el joven Agostino saldría
para su pueblo. Aquello cayó como la descarga de
un rayo.
Los muchachos se retiraron a sus dormitorios y
solamente se quedó en los ((**It8.83**)) patios
un grupito de profesores y, entre ellos, los que
se habían puesto en contra del ecónomo y que
criticaban la severa disposición del Superior.
Murmuraron un rato, hasta que un coadjutor, jefe
de taller, exclamó con inconsiderable violencia:
-íVaya uno de nosotros a don Bosco y dígale
francamente que si a ese muchacho no se le
perdona, nosotros abandonaremos el Oratorio!
-No llevemos las cosas tan lejos, exclamó el
director de estudios, al oír esta amenaza; subo yo
a ver a don Bosco y espero que las cosas se
arreglarán.
Y así lo hizo. Eran las diez y media y estaba
don Bosco todavía trabajando en su mesa. Le expuso
el descontento de algunos hermanos y abogó por un
perdón inmediato. Don Bosco le respondió:
-La falta es cierta; la intención no la juzga
más que Dios. Por otra parte, el lanzamiento del
troncho de col constituye por sí mismo una
infracción del reglamento, porque en aquel momento
se había ordenado silencio y porque en las
actuales circunstancias semejante acto podía ser
causa de graves desórdenes, después de los
repetidos avisos. Sin embargo, y pese a la
gravedad del caso, yo habría sabido encontrar
remedio para salvar al muchacho que en realidad es
bueno; pero vosotros, al tomar su defensa, me
habéis puesto en la imposibilidad de volverme
atrás. Los clérigos y los muchachos saben que
vosotros os habéis puesto en contra de don Angel
Savio y yo no permitiré nunca que la autoridad sea
obligada a sufrir semejantes presiones.
Hacia las once y cuarto volvía el director de
estudios a sus compañeros, que le esperaban con
ansiedad, y les dijo:(**Es8.83**))
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