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castillo de Sant'Angelo para prender fuego al
polvorín a una señal convenida; que se cerrasen
las llaves de las conducciones principales del gas
con el fin de que la ciudad quedase a oscuras, y
que, para acrecentar la confusión, se vistiese de
zuavos cierto número de garibaldinos.
Para una posible retirada y para prolongar la
resistencia, ordenó convertir en reducto de
revoltosos diversas zonas de la ciudad con calles
tortuosas, callejas enredadas y callejones sin
salida, entre diez y doce manzanas de casas que se
prestaban a ser obstruidas con barricadas.
El 19 de octubre el Ministro de la guerra fue
avisado de que los motines revolucionarios estaban
a punto de estallar. El 21 se supo que en la Villa
Matteini había gran depósito de armas y fue
secuestrado pocas horas antes de que las carabinas
fuesen distribuidas entre los conjurados; en la
mañana del 22 se tuvo noticia cierta de la
sublevación que debía tener lugar aquella misma
tarde.
((**It8.973**)) El
general Kanzler había dado órdenes para la
defensa: no disponía más que de tres mil hombres,
pero contaba con la fidelidad del pueblo romano y
la rapidez de sus movimientos para impedir las
barricadas. Había repartido los alojamientos por
toda la superficie de la ciudad, de modo que en
los puestos más estratégicos se situasen los
grupos más fuertes. Aquel día fueron acuarteladas
las fuerzas prontas para marchar.
También Cucchi estaba dispuesto, pero por
fortuna la mina situada bajo el cuartel de Cimarra
no pudo estar preparada y un obrero detenido
descubrió la inminente rotura de los conductos del
gasómetro.
A las siete de la tarde los conjurados
colocaron dos barriles de pólvora bajo el cuartel
de Serristori. Prendió fuego y con horrible
estruendo saltó por los aires un ángulo del
edificio y quedaron aplastados bajo las ruinas
veintisiete zuavos; ésta era la señal del
alzamiento. Inmediatamente aparecieron centenares
de conjurados, mas por donde avanzaban encontraban
grandes patrullas de defensores. Hubo encuentros
por casi todos los sitios de la ciudad, con
muertos por ambas partes. Una horda de asalariados
asaltó el cuerpo de la guardia del Capitolio, y
otra se adueñaba de la Puerta de San Pablo; pero
dos secciones de soldados volaron en su ayuda y
los pusieron en fuga. Cucchi esperaba con ansia
febril que explotase el polvorín del castillo de
Sant'Angelo, pero fue en vano, porque los
traidores habían caído a tiempo en manos de la
justicia. En menos de una hora se sofocó la
insurrección. Fueron arrestados más de cien
sediciosos,
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