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los jefes del Gobierno Civil dondequiera se
encontrasen. Hasta había que entregar a los
sicarios el número de las casas de los ciudadanos
que debían ser asesinados. Estaban resueltos a
permitir el saqueo universal con toda clase de
violencias e ignominias, degollar sacerdotes y
cardenales, asaltar el Vaticano y hacer prisionero
((**It8.969**)) al
Papa. Se hubieran repetido las horribles escenas
del 1793 en Francia.
Esta narración está sacada de los procesos que
se hicieron, pero nosotros nos conformamos con el
testimonio del general Alfonso La Mármora, quien
en su Carta Política a los electores de Biella,
publicada en la Gaceta de Florencia el 29 de enero
de 1868, aseguraba que las horas de esta rebelión,
si hubiera triunfado, habrían llenado de horror al
mundo civilizado. Y a este propósito declaraba que
había deplorado y deploraba vivamente los hechos
que tuvieron lugar contra el Estado Pontificio,
con gran detrimento para el país, esto es, para la
Unidad Nacional. Y, en el caso de una revolución
en Roma, añadía: ->>No sería de temer una lucha
sangrienta, que podría terminar en horrenda
catástrofe y que está en el interés de todos y
máxime de Italia, evitar a toda costa?>>.
Estas preocupaciones eran también compartidas
por algunos liberales del Gobierno, quienes
conocían los terribles secretos de la
conspiración. Si bien se deseaba una insurrección,
no se quería una destrucción. Entre los mismos
sectarios, algunos estaban horrorizados de lo que
iba a suceder, y aunque ocultamente, por la
audacia de los partidos extremistas, querían
preservar incólume a Roma y evitar las venganzas
personales.
Después de las fiestas del Centenario de San
Pedro, cuando empezaron a aparecer las primeras
señales de movimientos revolucionarios, don Bosco
tuvo ya una inmensa pena y por su afecto al
Pontífice y a la Ciudad Eterna, sentía un deseo
vivísimo de poder apartar de ellos de algún modo
los inminentes peligros.
Cuando estaba predicando la primera tanda de
ejercicios espirituales en Trofarello, entre otras
cartas, le trajo un día el cartero una sin
franquicia que pasaba del peso ordinario. Había
que pagar la tasa, y en consecuencia se pensaba
rehusarla, cuando pareció mejor entregársela
también a don Bosco. Este la recibió y la abrió.
Era un folio de papel grueso para envoltorios en
el que estaba expuesto detalladamente ((**It8.970**)) el plan
de los graves desastres preparados en Roma por la
conjuración. No tenía ninguna firma, pero se le
decía que se sirviese de ello como mejor creyere,
y también que se mandase al Papa.
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