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prudente, tenía a sus órdenes poco más de una
decena de asesinos de categoría, desterrados unos
y otros traidores caseros. Bajo su guía militaban
los satélites de la junta de insurrección, a los
que se añadieron brigadas, escogidas entre la
gente viciosa, desecho de las cárceles.
De entre los romanos se habían reunido unos
cientos, que ayudaban a esconder en sus casas a
los conjurados forasteros que sumaban bastantes
centenares, aunque reunidos en pequeñas partidas y
provistos de pasaportes auténticos. Se introducían
en la ciudad con muchas precauciones, y
distribuían en abundancia por varios puntos de la
ciudad armas de fuego, de punta y de corte.
Tenían, además, muchas bombas ((**It8.968**))
escondidas en los subterráneos y muchísimos
arneses para forzar las puertas de las casas.
Pero el plan más apasionado de Cucchi estaba en
la preparación de barrenos. Juntamente con Luis
Castellano, de Pavía, se movía por todos los
subterráneos y, a sangre fría, estudiaba los
sitios donde amontonar la pólvora. Lleno de odio
satánico, buscaba toda ocasión para colmar de
ruinas y sangre la metrópoli del catolicismo.
Tenía el feroz intento de minar y hacer volar las
residencias de los embajadores, los ministerios
pontificios, y todos los cuarteles, aun los de la
guardia Suiza del Vaticano, bajo las habitaciones
del Santo Padre Pío IX, y cualquier puesto donde
acampasen las tropas.
Finalmente compró a media docena de artilleros,
los únicos traidores en toda la guerra, que
pertenecían a la defensa del castillo de
Sant'Angelo y les encargó inmovilizar los cañones
y pegar fuego al polvorín. En él había dieciséis
mil kilogramos de pólvora, que al explotar,
envolverían en las ruinas toda una compañía de
zuavos y trescientos garibaldinos prisioneros de
guerra.
Al mismo tiempo estallarían treinta volcanes
implicando en el estrago a numerosas familias
pobres y la destrucción de Dios sabe ícuántos
monumentos históricos!
En covachas escondidas distribuía Cucchi los
atrasos a los conjurados, con amenazas de apuñalar
a quien revelase el secreto o mostrase timidez
para ejecutar las órdenes. Allí había continuas
reuniones clandestinas de los cabecillas con
planes sanguinarios. Se había decidido abrir las
cárceles y liberar a los malhechores, asaltar el
palacio de la Pilotta 1 y matar al Ministro de la
Guerra con su estado mayor, a los oficiales
reunidos en su casino, y dar muerte a
1 Pilotta: Edificio situado en la plaza del
mismo nombre, donde hoy se halla la Universidad
Pontificia Gregoriana. (N. del T.)
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