((**Es8.820**)
íPobres aldeas de las fronteras! Doquiera
entraban los garibaldinos, vaciaban las cajas
municipales y gubernativas, imponían
contribuciones, exigían abastecimientos de
víveres, saqueaban conventos e iglesias con
horrendos sacrilegios y cometían toda clase de
violencias. Destrozaban las insignias papales y
los bustos de Pío IX, y proclamaban el Gobierno
provisional bajo la dictadura de Garibaldi.
Los soldados pontificios, que en todo el
territorio no pasaban de cuatro mil, entre las
diversas armas, y que estaban esparcidos por
muchos lugares, se agrupaban en pequeños
destacamentos y corrían a donde aparecía el
enemigo, tres o cuatro veces más numeroso que
ellos; lo rechazaban y volvían a sus cuarteles
para salir de nuevo donde fuese necesario. Desde
el 29 de septiembre hasta el 26 de octubre, casi
no pasó un solo día sin que hubiese alguna
escaramuza, y siempre en la zona de los confines,
ya que los invasores no osaban penetrar en el
interior, y, casi siempre derrotados, huían
precipitadamente, tirando las armas y refugiándose
detrás de las tropas reales.
((**It8.967**)) En el
interior del Estado Pontificio se vivía en
perfecta tranquilidad y en la provincia de
Frosinone había más de mil paisanos armados,
dispuestos a unirse a los soldados para rechazar
los asaltos de los invasores.
Roma apenas si tenía las fuerzas suficientes
para mantener el orden en tiempo de paz y en
ocasiones disminuían en un tercio para mandar
refuerzos a las provincias. No obstante no se vio
ni un solo acto de rebelión, y setecientos
ciudadanos que pidieron armas para custodiar al
Papa, las recibieron inmediatamente. íTanta era la
confianza que el Gobierno tenía en sus súbditos!
El mismo Pontífice Pío IX iba todos los días por
las calles de la ciudad, saludado y bendecido por
la muchedumbre.
Con todo esto los periódicos de Florencia
propagaban que los Estados Pontificios se hallaban
en plena revolución, llamaban insurrectos a los
garibaldinos, inventaban continuas y estrepitosas
victorias en su favor, denigraban a los zuavos con
las más atroces calumnias y describían a Roma con
las calles sembradas de barricadas defendidas
desesperadamente por los sublevados.
Pero es cierto que, desde los primeros días de
septiembre, se había decidido que Roma se
sublevase contra el Papa, para facilitar el
ingreso de Garibaldi. El jefe de la conspiración
era Francisco Cucchi de Bérgamo, diputado del
Parlamento, a quien se le había entregado una gran
cantidad de dinero que prodigaba a manos llenas.
Astuto y
(**Es8.820**))
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