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en este mismo día la conmemoración de estos dos
Santos, como recuerdo de tan señalado prodigio.
Mis queridos jóvenes, me gustaría que sacarais
de este hecho una gran lección, a saber, cuánto
vale ante el Señor la intercesión de los santos, y
cuán útil resulta dirigirles nuestras peticiones.
Pues si los santos Cosme y Damián, aun sin ser
rogados, obtuvieron tan señalado milagro para
salvar de la muerte a tanta gente, pensad si no
van a acudir en nuestra ayuda cuando les
invoquemos. Tengamos especial devoción a los
santos cuyo nombre llevamos, recurramos a ellos en
todas nuestras necesidades de alma y cuerpo, en
todas las dificultades, en todos los peligros,
porque ellos estarán siempre dispuestos a
ayudarnos.
Pero en aquellos días le tocaba al corazón de
don Bosco sufrir un gran dolor por la poca
reflexión de algunos que, sin embargo, le amaban
intensamente y habían consagrado su existencia a
él. Es el único caso de este género, por lo que
sabemos, acontecido en el Oratorio; pero demuestra
la firmeza de don Bosco en querer que fuese
respetada y obedecida la autoridad.
El ecónomo no era muy bien visto por algunos
alumnos, debido a su rigor para mantener la
disciplina. Había varios comedores, y un día,
mientras don Angel Savio asistía en el comedor
grande, donde se reunían más de trescientos
muchachos, cayó sobre sus espaldas un pedazo de
pan. Quizá el proyectil iba destinado a un
compañero. Don Angel Savio, prudente, no se
enfadó, ni siquiera se volvió a mirar quién
pudiera haber sido el desvergonzado y, por el
momento, no dijo nada. Pero al día siguiente
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una mano desconocida repitió la misma broma. Habló
de ello a don Bosco. Parecía evidente que se había
querido ofender a su persona. Por la noche dirigió
don Bosco unas palabras graves a los muchachos y
concluyó diciendo que si alguno faltaba en
adelante al respeto de aquella manera, sería
alejado inmediatamente del Oratorio.
Al día siguiente estaban los alumnos en filas
bajo los pórticos para ir a comer. El ecónomo se
hallaba presente para que se guardara silencio y
ordenaba la entrada de los grupos en el comedor,
cuando un troncho de col cayó con fuerza sobre su
bonete. Se volvió rápidamente y vio al joven R...
Agostino que bajaba el brazo. Sin más, lo mandó
entrar en un cuartito cercano y acompañó a los
demás al comedor. El jovencito, avergonzado y
llorando, protestaba que solamente había querido
lanzar aquel troncho a un compañero sin la menor
intención de tocar al ecónomo. Era un muchacho muy
vivaracho y tal vez un poco atolondrado; por lo
demás era de buena conducta y uno de los más
aplicados del quinto curso de bachillerato. Por
esto, el profesor que le quería y algún otro
maestro y asistente, persuadidos de su inocencia,
se pusieron enseguida de su parte(**Es8.82**))
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