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((**Es8.82**) en este mismo día la conmemoración de estos dos Santos, como recuerdo de tan señalado prodigio. Mis queridos jóvenes, me gustaría que sacarais de este hecho una gran lección, a saber, cuánto vale ante el Señor la intercesión de los santos, y cuán útil resulta dirigirles nuestras peticiones. Pues si los santos Cosme y Damián, aun sin ser rogados, obtuvieron tan señalado milagro para salvar de la muerte a tanta gente, pensad si no van a acudir en nuestra ayuda cuando les invoquemos. Tengamos especial devoción a los santos cuyo nombre llevamos, recurramos a ellos en todas nuestras necesidades de alma y cuerpo, en todas las dificultades, en todos los peligros, porque ellos estarán siempre dispuestos a ayudarnos. Pero en aquellos días le tocaba al corazón de don Bosco sufrir un gran dolor por la poca reflexión de algunos que, sin embargo, le amaban intensamente y habían consagrado su existencia a él. Es el único caso de este género, por lo que sabemos, acontecido en el Oratorio; pero demuestra la firmeza de don Bosco en querer que fuese respetada y obedecida la autoridad. El ecónomo no era muy bien visto por algunos alumnos, debido a su rigor para mantener la disciplina. Había varios comedores, y un día, mientras don Angel Savio asistía en el comedor grande, donde se reunían más de trescientos muchachos, cayó sobre sus espaldas un pedazo de pan. Quizá el proyectil iba destinado a un compañero. Don Angel Savio, prudente, no se enfadó, ni siquiera se volvió a mirar quién pudiera haber sido el desvergonzado y, por el momento, no dijo nada. Pero al día siguiente ((**It8.82**)) una mano desconocida repitió la misma broma. Habló de ello a don Bosco. Parecía evidente que se había querido ofender a su persona. Por la noche dirigió don Bosco unas palabras graves a los muchachos y concluyó diciendo que si alguno faltaba en adelante al respeto de aquella manera, sería alejado inmediatamente del Oratorio. Al día siguiente estaban los alumnos en filas bajo los pórticos para ir a comer. El ecónomo se hallaba presente para que se guardara silencio y ordenaba la entrada de los grupos en el comedor, cuando un troncho de col cayó con fuerza sobre su bonete. Se volvió rápidamente y vio al joven R... Agostino que bajaba el brazo. Sin más, lo mandó entrar en un cuartito cercano y acompañó a los demás al comedor. El jovencito, avergonzado y llorando, protestaba que solamente había querido lanzar aquel troncho a un compañero sin la menor intención de tocar al ecónomo. Era un muchacho muy vivaracho y tal vez un poco atolondrado; por lo demás era de buena conducta y uno de los más aplicados del quinto curso de bachillerato. Por esto, el profesor que le quería y algún otro maestro y asistente, persuadidos de su inocencia, se pusieron enseguida de su parte(**Es8.82**))
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