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los nuevos salones, la enfermería y otros útiles
ornamentos con los que recientemente y con grandes
gastos le habéis dotado? Pero muy poco sería esto,
si en mis visitas al Colegio Nazareno no hubiese
admirado sobre todo el carácter ingenuo y modesto
ciertamente, pero desenvuelto y alegre de vuestros
alumnos, de tal forma que aparecían claramente
sobre el rostro de cada uno los benévolos y
afectuosos sentimientos de una alma sinceramente
buena sin oropel ni ficción. Y este corazón sobre
los labios, que descubrí en todos aquellos
jovencitos, con rasgos espontáneos de cándida
sencillez y tierno cariño, me demostró cada vez
mejor cuán suave resulta el ejercicio de la
virtud, cuando no está impuesto por la severidad,
sino aconsejado por la dulzura. También los otros
aspectos de la educación moral y civil me
parecieron estupendamente organizados.
Y para demostrar la plena satisfacción que de
ello tuve y el gran placer que experimenté, valgan
como prueba las conversaciones ((**It8.957**)) que
sostuve con muchos en la misma Roma y también con
el Santo Padre que tuvo un sincero consuelo por el
amor que sé profesa a vuestro Colegio.
Diré, además, que la enseñanza no es la parte
menos importante del Nazareno, ya que me encontré
allí excelentes métodos y altos estímulos, y lo
que más importa, hombres muy sabios, a quienes
tuve la satisfacción de conocer, como entre otros
me place recordar al P. Taggiasco, al P.
Farnocchia, al P. Rolletta y otros más de fama
eminente como el P. Chelini, de cuya pérdida
siempre se lamenta la Universidad de Bolonia, que
admiró su perspicaz y profundo talento.
Ved pues ahora, amigo mío, qué razones más
justas tenéis para reconfortaros después de las
desventuras que invadieron a vuestro Colegio con
el cólera de Albano y cuánta esperanza debéis
abrigar de que, por su propia virtud, vuelva a su
primera fuerza y vigor. De ello puede también
convenceros la constante y merecida reputación que
el Nazareno ha gozado hasta hoy, y del gran número
de alumnos que a él acudieron de todas partes de
Italia, y de los hombres de valer que produjo.
Muchos de ellos, celebérrimos por las altas
dignidades, por los conspicuos cargos alcanzados,
por la fama de ciencia y de letras (testimonio de
preclaras virtudes) han merecido ornamentar por sí
mismos el aula Magna del Nazareno.
Bien me acuerdo de que en aquellos hermosos
días pasados en el Colegio, me llamó poderosamente
la atención contemplar admirablemente colocados
los retratos de más de cuarenta cardenales, el
último de los cuales fue el Eminentísimo
Morichini, cuyo solo nombre es un espléndido
elogio. Como entre los hombres de ciencia y de
letras famosos, si bien recuerdo, contemplé los
retratos de Paradisi, Pedro Verri, Barlocci,
Labindo, César Lucchesini, Angel María Ricci, el
senador Patrizi, Juan Marchetti y bastantes más
nombres ilustres.
Estoy muy persuadido, como más arriba os decía,
de que todas esas razones valdrán para apartar de
vuestro ánimo todo dolor y temor, y que, con nuevo
valor, continuaréis mereciendo de vuestro
Instituto y de la moral pública, principalmente en
estos tiempos tan tristes e inconsiderados, y
corresponderéis al mismo tiempo a las benéficas
atenciones del Sumo Pontífice Pío IX, que os
eligió para este tan difícil y relevante cargo, el
cual recordando haber sido un día alumno de las
Escuelas Pías, las ama y protege y, singularmente
a vuestro Colegio, al que ha dado en mil ocasiones
solemne testimonio de ánimo benévolo, y de
soberana clemencia. Como también en otros tiempos
honraron al Nazareno con su patrocinio los
gloriosos Pontífices Urbano VIII, Clemente XI,
Benedicto XIV, Pío VI, y Pío VII, y por último
Gregorio XVI, lo que pude saber por las
inscripciones marmóreas existentes en el Colegio.
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