((**Es8.810**)
25
de septiembre de 1867
He sabido que don Bosco pasó por Parma uno de
estos días y que nos buscó, pero estábamos
ausentes.
Lo he sentido muchísimo, y estoy seguro de que
también Clotilde, cuando lo sepa, sentirá no haber
estado en Parma en esta ocasión.
Ruego a usted, querido amigo, presente al mismo
don Bosco los sentimientos de nuestro disgusto,
rogándole calurosamente no nos olvide en otra
circunstancia similar...
GUIDO CALVI
30
de septiembre de 1867
... Me contraría inmensamente que haya pasado
don Bosco por Parma y que haya tenido la bondad
de buscarme, cuando yo estaba en el campo. De
haberlo sabido, habría anticipado mi vuelta a la
ciudad, para poder verle y recibir su bendición
con mi marido y mis hijos. Ruéguele que nos la
envíe, pues nos será tan valiosa... Antes de que
mi hermana vaya a París para hacer los votos como
hija de la Caridad, iré yo a Turín y espero que
entonces tendré el placer de ver a don Bosco.
Condesa CLOTILDE CALVI
La noche del 20 de septiembre se encontraba don
Bosco en el Oratorio. Desde allí subió a la colina
de Superga para felicitar al profesor don Mateo
Picco en el día de su santo; tenía éste allí una
bonita finca donde descansaba de los trabajos de
la enseñanza. ((**It8.955**)) Allí
dio don Bosco pruebas de su prodigiosa fuerza
física, sin merma por las fatigas y sufrimientos.
Vio que el profesor intentaba en vano, con
martillo y tenazas en la mano, arrancar un clavo
sólidamente hundido en la pared. Don Bosco le
dijo:
-Déjeme a mí, probaré yo.
Y con una sola mano lo sacó fácilmente.
El día 23 empezaba la segunda tanda de
ejercicios espirituales en Trofarello para los
Salesianos. Predicaron don Bosco y don Miguel Rúa;
y el 27 emitía los votos trienales Santiago
Costamagna. Otros cuatro clérigos Pedro Guidazio y
Domingo Tomatis entre ellos habían pronunciado los
mismos votos, en momentos distintos.
Durante aquellos días se repitió en Trofarello
que miseros facit populos peccatum (el pecado hace
desgraciados a los pueblos); y en Albano, conforme
todos lo atestiguaban, el cólera había sido una
fulgurante manifestación de la justicia y de la
misericordia de Dios.
Quinientos muertos y por lo menos otros tantos
atacados, pero salvados de la enfermedad, habían
sembrado el pánico en aquella pequeña ciudad, en
la que habían quedado pocos, ya que los demás
(**Es8.810**))
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