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grande. El estaba muy contento de que don Bosco
preparase a los jovencitos para la carrera
eclesiástica, pero no veía como, al querer todos
los frutos, destruía las mismas plantas que debían
producirlos.
Escribía a don Bosco:
Muy querido don Bosco:
Me apresuro a notificar a V. Rvda. S. que no
permito que los clérigos de mi diócesis den clase
y repasos, o que sean vigilantes de los
dormitorios y prefectos.
Esta medida, que se extiende a otros internados
es para favorecer y ayudar a los clérigos en sus
estudios y para que puedan asistir a clases y
repasos.
((**It8.945**)) He
determinado también no conceder las órdenes
sagradas nada más que a los que están en el
Seminario. Esta medida le resultará algo gravosa,
pero será provechosa para la Iglesia y su
Comunidad. Me apresuro a comunicarle todo esto, a
fin de que pueda proveer con tiempo a lo suyo y a
los clérigos y también para mayor provecho de los
mismos.
Que el Señor le conceda todos los bienes, y
créame con todo aprecio de V. S. Rvma.
11 de septiembre de 1867
Su
afectísimo y seguro servidor
>> ALEJANDRO, Arzobispo.
Esta notificación fue una dolorosa sorpresa
para don Bosco. Fue varias veces a hablar con el
Arzobispo y le iba repitiendo:
-Así las cosas, los clérigos al Seminario, los
sacerdotes a la Residencia Sacerdotal y don Bosco,
él solo, en medio de millares de muchachos. >>Cómo
puedo condescender a sus deseos?
Pero el Arzobispo se mantenía tan firme, que
don Bosco se vio obligado a decirle:
-Escuche, Monseñor: escriba Vuestra Excelencia
a Roma las razones por las cuales ha dado estas
disposiciones y yo también expondré a Roma mi
caso; Roma decidirá.
-No, le respondía Monseñor: esta cuestión debe
arreglarse entre nosotros dos.
Pero resultó una cuestión larga y espinosa.
Todos los clérigos del Oratorio estaban
angustiados. Los que no tenían intención de
quedarse con don Bosco y otros, instigados por
personas influyentes, abandonaron al Siervo de
Dios y entraron en el Seminario; los que ya
estaban ligados con los votos o se disponían a
hacerlos, veían también un oscuro porvenir. El
Arzobispo consideraba como diocesanos suyos no
solamente a los clérigos que no habían profesado o
no tenían intención de emitir los votos en la
Sociedad
(**Es8.802**))
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