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maliciosas, con las curiosidades peligrosas, con
ciertas lecturas. Guardad, por tanto, las
ventanas, cerradlas bien.
El pecado, el demonio, no entra solamente por
las ventanas sino también por las rendijas, por
los agujeros, por las cerraduras; probad, pues, de
cerrar vuestros oídos a las palabras deshonestas,
a las malas conversaciones. Cerrad también la
boca, porque el demonio entra por ella con las
malas palabras y blasfemias, con las
conversaciones inmorales, con las murmuraciones y
la gula. En suma, si no vigilamos, el demonio
entra en nosotros por los cinco sentidos...
>>Queréis, pues, ir adelante en la sabiduría,
seguir felizmente en la carrera de vuestros
estudios, aprender bien vuestro oficio? Arrojad al
demonio de vuestro corazón, tenedlo siempre lejos
de vosotros y el Señor os ayudará. Cuanto más
cuidado pongáis en tener lejos de vosotros el
pecado, tanto mayor será el provecho que sacaréis
de vuestros estudios y de vuestra profesión.
Buenas noches.
Al ver la tranquilidad con que el Siervo de
Dios hablaba a sus alumnos, nadie hubiera creído
que en aquel mismo día estuviese preocupado por
otra razón. El Arzobispo monseñor Riccardi,
opinando que don Bosco encomendaba a sus clérigos
la función de enseñar y la asistencia ((**It8.944**)) antes
de que fueran capaces para ello, o daba los
primeros cargos en los colegios a los recién
ordenados sacerdotes, no aprobaba la disciplina y
el espíritu del Oratorio por parecerle poco
eclesiástico, y no veía con buenos ojos los
estudios que allí se hacían, persuadido de que se
preparaban sacerdotes y clérigos con poca
instrucción.
<>.
Sin embargo, el Arzobispo había dispuesto que,
antes de las sagradas ordenaciones, todos los
clérigos de la diócesis, que gozaban de licencia
para vivir fuera del Seminario, debían entrar y
permanecer en él al menos un año, para prepararse
con el estudio y la piedad a recibirlas
dignamente; y quería aplicar también la misma
norma a los de don Bosco, con la esperanza de que,
una vez ordenados sacerdotes, se pasaran a la
Archidiócesis.
La naciente Sociedad Salesiana tenía entonces
simplemente la alabanza de Roma, y como los
clérigos de don Bosco se ordenaban en las mismas
condiciones que los clérigos seculares, contaba el
Arzobispo poder servirse de ellos para las
necesidades de la Diócesis, tanto más que esta
necesidad, dada la escasez del clero, era muy
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