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V.J.M.J.
Acqui, 8
de septiembre de 1867
Muy Rvdo. Señor:
íConseguida la gracia! Tras duras luchas,
amenazas, golpes, desvanecimientos, visiones,
etc., que duraron hasta la media noche última,
llegó la paz y la tranquilidad. Esta mañana pudo
confesarse tranquilamente y comulgar. Bendito sea
Dios y la poderosa Auxiliadora de los cristianos,
María Santísima, que ahuyentó al infierno desde
las primeras horas del día consagrado a su feliz
nacimiento. Adjunto le envío un giro de
veinticinco liras, por encargo de la persona
favorecida en cumplimiento de la promesa para el
templo que se levanta a nuestra querida Madre.
Espero que no olvidará fácilmente el favor tan
grande y que procurará la agraciada hacerse querer
cada día más por la Madre Celestial.
Reciba V. S. R. de ambos las más expresivas
gracias y que Dios y su Madre Santísima le
recompensen por la caridad que, juntamente con
esos queridos jóvenes, ha sabido conmover los
sentimientos maternales de María Inmaculada.
Me apresuro a darle la fausta noticia sin que
se interponga un momento entre la gracia y el
agradecimiento, entre el beneficio y el
cumplimiento de la promesa.
Dígnese V. S. tenerme presente en sus oraciones
para que pueda salvar mi pobre alma y enseñar a
los demás los caminos del Señor.
Me repito de V. S. muy Rvda.
Su
seguro servidor en Cristo
P. MATEO BRUZZONE, Vicepárroco
Esta carta, juntamente con otros detalles que
llegaron a la par, no sorprendió a don Bosco, sino
que le infundió una afectuosa jovialidad, que
reanimaba la confianza de los demás en María.
Después de la cena, hablando de algunos que
debían ((**It8.936**))
presentarse a exámenes, entre los que se
encontraban dos sacerdotes forasteros, dijo a los
del Oratorio, Francisco Dalmazzo, Pedro Guidazio,
Garino y Alessio:
-Mañana por la mañana os encomendaré a todos al
Señor en la santa misa.
Y añadió a los forasteros:
-Si salen bien, traerán después un ladrillo
para la iglesia de María Auxiliadora.
-Sí, sí, respondieron éstos.
->>Y usted?, preguntó por lo bajo a un
sacerdote veterano que estaba a su lado y se
hospedaba en el Oratorio aquella noche.
-Sí, sí, yo también: cuente con él, susurró el
venerando sacerdote.
Y don Bosco siguió hablando:
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