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>>Quiero haceros ahora unas reflexiones. Si
aquellos jóvenes no se hubiesen alejado de los
espectáculos profanos, no se hubieran hecho
santos. Huid, pues, de todos los espectáculos
públicos que no tengan por regla el temor de Dios.
Para aquellos dos oficiales fue una gran fortuna
el haberse alejado del anfiteatro y, aunque por
casualidad, el haberse encontrado un buen libro.
Aprendamos también nosotros a huir de los malos
compañeros y de los libros malos y a leer buenos
libros y buscar la amistad de los buenos
compañeros>>.
Para los meses de agosto y septiembre apareció
un fascículo de Lecturas Católicas, con casi
doscientas páginas, en las que se narraban las
excelsas virtudes que adornaban a la Venerable
María Cristina de Saboya, reina de las dos
Sicilias. Para el mes de octubre terminaban de
imprimir los tipógrafos ((**It8.925**)) otro
opúsculo: Don Benedicto, o sea un sacerdote
ejemplar durante la revolución francesa, por el
canónigo Bernardino Checucci. Con el apéndice: Un
robo en la noche: los excesos conducen a la ruina.
Seguía don Bosco seleccionando por sí mismo los
opúsculos que había que imprimir, y quería que
hubiese siempre preparado cierto número de ellos.
De muchos encargaba él mismo el tema a tratar a
personas doctas, eclesiásticas o seglares. Y para
facilitar el número de los fascículos necesarios,
buscó una rica colección de libritos franceses,
cuya traducción confiaba a diversos amigos
deseosos de ayudarle.
Así escribía a Montafía.
Queridísimo Juan Turco:
Aquí tienes un librito para traducir del
francés. Tú lo traducirás libremente, no con
estilo elegante, que no es el tuyo, sino con
estilo popular clásico, períodos cortos, claro,
etc., como tú acostumbras hacer.
Tus amigos te saludan y esperan les hagas
pronto una visita.
Te deseo todo bien para ti y para tu padre, y
me profeso de corazón en el Señor.
Afectísimo amigo
JUAN BOSCO, Pbro.
Turín 2-9-1867
Con el mismo fin escribía otra carta al joven
conde Callori, con quien tenía verdadera amistad.
Queridísimo señorito César:
Esta vez no es César, sino don Bosco quien
confiesa la culpa. De un lado para otro, no he
cumplido mi deber enviando el libro que nuestro
César se había ofrecido a traducir para nuestras
Lecturas Católicas.
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