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in coelo: et veni, sequere me (Si quieres ser
perfecto, vete, vende lo que tienes y dáselo a los
pobres y tendrás un tesoro en el cielo:
luego ven y sígueme); volvió a casa, vendió todos
sus bienes; dio a los parientes una parte del
dinero obtenido, distribuyó la otra a los pobres y
se fue al desierto para salvar su alma,
despidiéndose para siempre del mundo.
>>-íVerdaderamente éste fue un hombre bueno
pues abandonó su casa para ir a vivir al
desierto!, exclamó un oficial.
>>-íQué lástima! íHacerse monje un joven con
tan bellas cualidades!, replicó el otro.
>>Cerraron el libro, lo dejaron sobre la mesa,
pero vencidos por la curiosidad, lo volvieron a
tomar, abriéronlo de nuevo, y leyeron la plática
que san Antonio hizo a sus monjes para animarles a
perseverar en la vida solitaria lejos de los
peligros del mundo. Leíase:
>>-El Señor da el ciento por uno, aun en esta
vida, a quien deja todo para honrarle y darle
gloria a él; y después, la felicidad eterna en la
otra. El mundo es un traidor que nunca nos podrá
llenar. Aun cuando nos diese todo lo que promete:
>>hasta cuándo lo podremos gozar? íSólo un
instante! íY después tendremos que dejarlo todo
igualmente y sin mérito!
((**It8.924**)) >>El
Señor se había apoderado de los corazones de los
dos oficiales. Miráronse conmovidos cara a cara, y
exclamó uno:
>>-íEs verdad! íHemos recibido ya los cargos
que nuestro Emperador nos prometió! Y, dado que
los hemos obtenido: >>hasta cuándo los gozaremos?
íEl Emperador puede despedirnos de su servicio
cuando le plazca!
>>Y empezaron a comparar su vida agitada, llena
de remordimientos, de envidias, de miedos, con la
paz y la tranquilidad de aquellos buenos siervos
de Dios apoyada en la esperanza cierta de la vida
eterna.
>>-íEa!, dijo uno de ellos al otro: ve al
Emperador y dile que yo me he entregado al Señor y
que quiero hacer vida eremítica para ganarme el
paraíso.
>>-íCómo! >>El paraíso para ti, y para mí la
tierra? No, no; volvemos los dos al siglo o nos
quedamos aquí los dos.
>>Estaban decicidos. Quitáronse las armas y las
preciosas vestiduras y se pusieron el sayal de los
monjes y empezaron a observar escrupulosamente las
reglas de aquel cenobio, con el escaso alimento de
hierbas del campo, durmiendo sobre la paja,
levantándose a rezar de noche. Y trabajando
continuamente. Perseveraron y se hicieron santos.
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