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Y el 20 de agosto, en Orvieto, en donde era
recibido por un gran contingente de voluntarios,
Garibaldi declaraba la guerra contra Roma desde el
balcón de una hostería. A sus violentos discursos
contra los mercenarios de los curas y de Napoleón,
el grupo de los satélites, rugía: íA Roma, a Roma!
íAbajo los curas! íMueran los curas! íMuera el
Emperador!
Don Bosco estaba aturdido. Un sábado, a fines
de agosto, conversando después de cenar, sobre
estos sucesos con los salesianos que le rodeaban,
decía que, humanamente hablando, él no estaba
seguro de que no llegara pronto la revolución a
Roma, y repetía:
-Si todos los romanos se pusieran de acuerdo
para hacer hoy una visita a Jesús Sacramentado la
revolución, no solamente no entraría en Roma, sino
que recibiría una solemne lección.
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Contemporáneamente el cólera acrecentaba la
confianza de los devotos en María Auxiliadora,
como recomendaba don Bosco, mientras se enconaba
la peste más terriblemente que en años pasados. La
estadística oficial, presentada a la Cámara de los
Diputados, registraba el número de municipios ya
infestados por el cólera y el número de casos y de
muertos hasta el 29 de junio. Eran 479 los
municipios, 37.644 los casos y 18.890 los muertos.
Otra estadística, publicada en la Gaceta Oficial
del 26 de julio, elevaba el número de víctimas,
hasta el 15 del mismo mes, a 63.375 casos y 32.074
muertos. Y en agosto, según decía la Perseveranza,
que citaba otras estadísticas oficiales, la peste
había quitado la vida a más de 110.000 personas en
tres meses. La peste se cebó en Catania, donde
morían de treinta a cuarenta personas por día. En
Palermo hubo, en casi un mes, más de 6.000
apestados y 2.620 fallecidos, y siguió la
mortalidad por varios lugares durante el mes de
septiembre.
Pero aquel año, como en los dos precedentes,
fue admirable la conducta del episcopado, del,
clero y de las milicias que, en medio de tan
deplorables circunstancias, se aventuraban a todo
riesgo. El octogenario Arzobispo de Monreale,
monseñor de Acquisto, moría víctima de su caridad
el 18 de agosto; y demostraron estar dispuestos a
dar su vida por los apestados los obispos de
Mesina, Caltanisetta, Bari, Novara, Génova,
Bérgamo, Brescia, Ivrea y de todas las demás
ciudades que fueron víctimas del contagio. Don
Bosco, por su parte, recogía varios huérfanos de
Sassari y de Nápoles y diez de Tortorigi (Sicilia)
y de otros pueblos.
Desde Roma llegaban hasta el Oratorio noticias
de la muerte de algunos amigos de don Bosco, y del
cumplimiento de la predicción que él hizo a la
Reina Madre de Nápoles.
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