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la misma unos billetes y los echó sobre la mesa.
Registró después sus bolsillos y sacó otra
cartera, luego una tercera y siguió colocando casi
violentamente billetes. Don Bosco le contemplaba
en silencio:
de vez en cuando dejaba correr sus ojos hacia la
mesa, y observaba maravillado que eran billetes de
cien liras, de doscientas cincuenta y de
quinientas. Vació el señor sus carteras, se las
metió en sus bolsillos, y dijo a don Bosco,
señalando el dinero:
>>-íEso es para usted!
>>-Se lo agradezco infinitamente; >>tiene la
bondad de decirme al menos su nombre?
((**It8.904**)) >>-No
hace falta; es inútil: la Virgen lo sabe todo.
Adiós.
>>-Permita que le acompañe, que vaya a abrirle
la puerta.
>>-No es necesario. Usted está muy ocupado;
atienda a sus asuntos.
>>-Perdóneme, sé mis obligaciones; le aseguro
que mi reconocimiento...
>>-Basta, basta, no quiero que se mueva; usted
no tiene tiempo que perder.
>>Y abriendo con ímpetu la puerta, se retiró a
toda prisa>>.
La condesa Viancino, que hacía antesala, y que
por cortesía había dejado pasar delante a aquel
señor, como le vio tan agitado, había observado
todo por el ojo de la cerradura, por miedo a que
le pasara algo a don Bosco, e indecisa por si
debía pedir socorro.
Entró ella por fin a la audiencia y dijo:
-Don Bosco, >>le ha ofendido ese señor?
-Sí, con esas ofensas que estoy dispuesto a
recibir cada día. íMire!
Y le mostró la mesa.
<>Entonces don Bosco mandó llamar enseguida a
Rossi y así, de modo tan verdaderamente
providencial, pudo pagar la deuda. Aquel señor se
marchó sin que se pudiese saber quién era, de
dónde venía, ni a dónde fuese. Pero volvió después
otras veces y he sabido que era el abogado
Galvagno de Marene>>.
Tenemos otro testimonio precisamente de don
Miguel Rúa:
<((**It8.905**))
encontraba totalmente falto de
(**Es8.769**))
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