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un modelo de laboriosidad y apostolado. El
catecismo, las ceremonias, las conferencias, la
asistencia, todo lo realizaba con celo y provecho
de las almas. En los cursos de humanidades, en los
que daba clase, era siempre saludado con la más
amable sonrisa por los alumnos, que le
consideraban como un hermano cariñoso; tan grande
era el interés que les demostraba por su progreso
en los estudios.
Se encargaba también de la tipografía, cuando
el director de la misma se hallaba ausente durante
algunos meses, y desempeñaba todos sus complicados
deberes, sin abandonar los propios y sin
preocuparse de su salud, Matriculado, además, en
la Real Universidad de Turín, en la facultad de
Ciencias Físicas y Matemáticas, era tal su ingenio
y aprovechamiento que los profesores le tenían
gran afecto y aprecio, diciendo que era uno de los
mejores del curso; cuando dejó de asistir a las
clases, acudieron ellos mismos a Valdocco para
saber de él y se encontraron con la dolorosa
noticia de su muerte.
Había celebrado su primera misa en la fiesta de
Nuestra Señora del Rosario del año 1866. Fue tal
su alegría que dijo que solamente en el paraíso
habría podido experimentar mayor satisfacción. Su
aspecto en el altar dio siempre testimonio de
recogimiento y fervor.
El domingo, 14 de julio, celebró su última misa
a las diez. Fue la misa parroquial, deseoso como
estaba de ayudar al párroco totalmente atareado
con la asistencia a los atacados por el cólera.
Aquel mismo día, a las tres de la tarde, cayó
víctima del mal. El párroco, don José Calvi, le
administró los sacramentos y le dio ((**It8.885**)) la
bendición papal. Conservó pleno conocimiento hasta
el último instante, y hablaba de vez en cuando de
don Bosco y del querido Oratorio. Media hora
después de medianoche expiraba, precisamente al
empezar el día del Santo cuyo nombre llevaba.
En el Oratorio se celebraron solemnes
funerales, en los que don Juan Bautista Francesia
leyó una conmovedora oración fúnebre con el tema
de: Suavis somnus operanti justitiam (Dulce es el
sueño del que obra la justicia).
Monseñor Ghilardi, que estaba en continua
relación con don Celestino Durando para la
impresión de sus libros, le escribía desde Roma,
el 29 de julio: <>Esperando que el carísimo don Bosco haya
recibido mi última, soy etc.>>.
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