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después la carta para Su Eminencia, incluida en su
gratísima del día 25 del pasado junio, que me fue
entregada por sus dos queridos alumnos don Angel
Savio y don Juan Cagliero el jueves siguiente al
Centenario de San Pedro.
Fui enseguida al cardenal De Angelis, hice que
le entregaran su carta, pero, debido a los muchos
asuntos, en los que todos los Cardenales han
debido encontrarse durante los treinta últimos
días entre consultorios, procesiones, visitas a
hacer y recibir, etc., etc., recibí respuesta de
que Su Eminencia deseaba hablarme, pero no antes
de otros cinco días, porque andaba falto de
tiempo. Y hoy precisamente he ido al eminentísimo
De Angelis y he conferenciado con él durante más
de una hora, diciéndole cuanto precisaba
manifestar sobre el particular, para que viese
clara la situación de las cosas, la figura de las
personas, la temperatura atmosférica del lugar,
etc., etc., y le oí cuanto él tuvo la bondad de
manifestarme.
No hago aquí mención de la alta estima en que
tiene el Cardenal a don Bosco, el afecto
cordialísimo que le profesa, el gran concepto en
que tiene a su Fundación, de modo que, si de él
dependiese, ya estaría in omnibus et per omnia (en
todo y por todo) aprobada, confirmada y
enriquecida con toda suerte de gracias y
privilegios.
En cuanto a las atenciones que él ya ha puesto
en marcha con el Papa, con el cardenal Quaglia y
con sus colegas, sin necesidad de mis súplicas,
son tales que en todos los asuntos que él llevaba
entre manos para tratar con quien fuere, había
escrito de su puño y letra -Bosco- con el fin de
recordarlo en cualquier ocasión, y me ha debido
confiar que, en lo concerniente a las dimisorias
para los ordenandos de la nueva Sociedad de San
Francisco de Sales, es totalmente inútil hablar.
El Santo Padre es contrario a ello, el cardenal
Quaglia y monseñor Svegliati lo mismo, y, a juzgar
por las apariencias, y también seguridades, la
respuesta de la Sagrada Congregación será
negativa. No puedo expresarle con palabras cuánto
me disgusta esta noticia y cuánto le ha disgustado
al eminentísimo De Angelis el dármela: puede usted
calcularlo por el afecto sincero que le profeso.
Pero el momento presente no podía permitir
mejores resultados en esta clase de asuntos.
Hablando en general, los Cuerpos Regulares de hoy
pasan, salvo en rarísimos casos, por un estado de
profunda debilidad. Los exfrailes inundan la
tierra como un diluvio, y dejan tras sí huellas
que afligen a la Iglesia... Mientras los ojos de
todos contemplan estos males, y las comunes
aspiraciones del Episcopado tienden a destruir o a
reformar las órdenes ((**It8.880**)) ya
existentes, es muy natural que la voluntad de los
que aun siendo buenos y amantes del bien, esté
menos inclinada a favorecer una orden religiosa,
que nace ahora, o que al menos no hace alarde de
tan larga vida para sostener el propio nombre
sobre la base de la experiencia.
Y a este propósito debo advertirle, como muy
reservada noticia y regla, que entre las materias
que se discutirán en el futuro Concilio Ecuménico,
notificado por el Santo Padre, se enumera
principalmente la de las órdenes religiosas.
Y los Obispos latinos venidos a Roma, antes de
su partida, han recibido todos un folio con
algunas cuestiones sobre las que se reclama su
atención y se pide su parecer, entre las que se
lee: si conviene la aprobación de nuevas órdenes
religiosas o si sería mejor la fusión de aquéllas
que tienen un mismo fin. No he recibido esta
noticia del cardenal De Angelis, pero la he bebido
en fuentes segurísimas. Teniendo en cuenta estos
elementos >>cómo no ver, por el momento, la
dificultad y casi imposibilidad moral de la
concesión del privilegio de promover los
ordenandos de la Pía Sociedad de San Francisco de
Sales sin la dimisoria de los Obispos? Por esto,
después de haber examinado todas estas cosas una
por una y otras análogas, que por
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