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a fin de que Dios le conceda salud y gracia para
resistir las graves borrascas, tal vez no lejanas,
que Dios permite que los enemigos del bien
levanten contra la Religión. Es la última prueba;
luego vendrá el triunfo. Es el momento de unirnos
todos en un solo corazón y en una sola alma para
rogar a Jesús Sacramentado y a María Santísima
Inmaculada, que son las dos áncoras de salvación
en la inmediata tempestad.
En nombre de todos los que he nombrado me
postro a los pies de V. S. para pedir su santa y
apostólica Bendición, mientras con la más profunda
gratitud y con la mayor veneración considero el
más feliz momento de mi vida cuando puedo
profesarme.
De V. S.
Turín, 27 de junio de 1867
Humilde,
agradecido y afectísimo hijo
JUAN BOSCO, Pbro.
Después veremos cuáles eran las inminentes
espinas, la borrasca, la última prueba, y
finalmente, los espléndidos triunfos que la divina
Providencia reservaba a Pío IX.
Don Juan Cagliero hizo durante aquellos días
muchas visitas en nombre de don Bosco y fue
testigo de la veneración en que le tenían no
solamente los señores romanos, sino también muchos
prelados. El cardenal Patrizi, el cardenal Bilio,
el cardenal Caterini, y otros insistían en que los
recordase al Siervo de Dios, el cual, estaban
seguros, rogaría por ellos.
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