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de su Superior, habló del Oratorio y recibió con
evidente agrado el folio que le presentó don Juan
Cagliero.
Pío IX lo abrió y leyó:
Beatísimo Padre:
Muchas son las circunstancias que me impiden ir
a Roma para obsequiar al Vicario de Jesucristo,
con ocasión del Centenario ((**It8.865**)) de San
Pedro, del que Vuestra Santidad es sucesor en el
gobierno de la Iglesia Universal. No obstante,
como cristiano, como sacerdote y director de una
casa de beneficencia, siento el más grave y grato
deber de enviar a dos de mis sacerdotes, Angel
Savio y Juan Cagliero, para postrarse a los pies
de V. S. con los fieles de tantas partes del mundo
reunidos en Roma. Van en representación de los
sacerdotes, clérigos y jóvenes albergados en la
casa de Valdocco en Turín, la de San Felipe Neri
en Lanzo y la de San Carlos en Mirabello, en
número de mil doscientos: en nombre de los
sacerdotes, clérigos y jovencitos que asisten a
los oratorios festivos de San Francisco de Sales,
de San Luis y de San José que son varios millares
de muchachos pobres. En nombre finalmente de
muchos párrocos, canónigos, coadjutores,
directores de casas de educación, rectores de
iglesias y de muchos buenos católicos seglares,
cuyas ocupaciones o cuya condición no les permiten
ir personalmente a Roma.
Todos ellos se profesan afectuosísimos hijos de
Vuestra Santidad, sinceramente adictos a la
Religión Católica, dispuestos a dar sus bienes y
su vida para vivir y morir en la Religión de la
que Vuestra Santidad es supremo Jerarca en la
tierra.
Creo, además, que será de gran consuelo para el
paterno corazón de V. S. saber que los nuevos
Obispos, poco ha consagrados, fueron recibidos en
sus respectivas diócesis con las mayores muestras
de veneración y aprecio. Ni en los tiempos más
felices se vio un concurso tan general, de
autoridades civiles y eclesiásticas, de ciudadanos
de toda clase y condición, llenos de santo
entusiasmo por el nuevo pastor que caminaba entre
ellos como en un verdadero triunfo. Nadie oyó una
voz, ni vio un gesto que no fuese encaminado a
conmemorar aquella feliz jornada. Esto demuestra
que nuestros pueblos son católicos, aunque se
hayan convertido en liberales en la práctica de su
religión.
El enemigo de las almas pone ahora obstáculos
para impedir ulteriores preconizaciones de Obispos
para las sedes vacantes. Nosotros rogamos al buen
Dios que ilumine a los ciegos, dé salud y fuerza a
V. S. para que pueda llevar a feliz término la
santa obra.
Me proporcionaron un gran disgusto las palabras
impresas en el librito El Centenario de San Pedro,
que fueron interpretadas en un sentido que yo
nunca había imaginado. Por otra parte creo que las
aclaraciones dadas habrán quitado todo equívoco
sobre mi modo de escribir, pensar y obrar, y en la
próxima edición modificaré todo sin límite alguno
y en el sentido preciso que se me ha indicado por
la Sagrada Congregación del Indice.
Si en esta singular y extraordinaria solemnidad
fuese permitido pedir a V. S. el favor de algo
verdaderamente deseado, como se hace a un
Soberano, me atrevería a renovar con el mayor
respeto la petición de que V. S. se digne conceder
su autorización a las Constituciones de la
Congregación de San Francisco de Sales con todas
las ((**It8.866**))
correcciones, variaciones y añadiduras que Vuestra
Santidad juzgue son para la mayor gloria de Dios y
bien de las almas.
Por nuestra parte, continuaremos rezando,
mañana y tarde, por Vuestra Santidad,
(**Es8.736**))
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