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papal en Turín, pero decía en privado y repetía
después a toda la comunidad:
-Ahora es el tiempo de las rosas, pero dentro
de tres meses vendrán las espinas.
Don Joaquín Berto tomó buena nota de estas
palabras.
Aquel mismo día se celebró en el Oratorio la
solemnidad del Centenario de San Pedro con todo el
esplendor posible, con globos, fuegos artificiales
e iluminación en las ventanas. En los años
anteriores también se dedicaba esta fiesta a San
Luis, pero el 1867 quiso don Bosco reservarla
exclusivamente al Príncipe de los Apóstoles. Y,
por su orden, los colegios de Mirabello y de Lanzo
emularon los festejos de Valdocco.
((**It8.864**)) Las
fiestas de Roma duraron toda la semana. Se
celebraron sucesivamente en varias basílicas y
terminaron en la Patriarcal Basílica Vaticana, con
la beatificación de doscientos cinco mártires
japoneses.
Pero el espectáculo más sublime y conmovedor
fue el del 1.° de julio. Todos los Patriarcas,
Arzobispos y Obispos presentes en Roma, no menos
de cuatrocientos ochenta y seis prelados, se
reunieron en la gran aula sobre el pórtico de San
Pedro, para presentar al Papa un admirable mensaje
firmado por todos, en el que mostraban su adhesión
y obediencia al Vicario de Jesucristo. Algunos de
los venerandos firmantes habían sufrido el
martirio en tierras de infieles y llevaban en sus
cuerpos las pruebas de su heroísmo. Cuando
apareció Pío IX, todos, como un solo hombre,
cayeron de rodillas exclamando: Tu es Petrus! et
super hanc petram aedificabo Ecclesiam meam et
portae inferi non praevalebunt! (Tú eres Pedro y
sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las
puertas del infierno no prevalecerán).
íAllí esraba la verdadera Iglesia!: Et unam,
sanctam, catholicam et apostolicam Ecclesiam (Una,
santa, católica y apostólica Iglesia).
El Papa y los Obispos esraban conmovidos hasta
derramar lágrimas.
Monseñor Gastaldi nos narraba entusiasmado este
hecho, al volver de Roma, y terminaba diciendo:
-Los Obispos se apreraban en derredor de Pío
IX, ícomo los muchachos del Oratorio en derredor
de don Bosco!
Don Juan Cagliero y don Angel Savio esperaban
una audiencia con el Papa. No era tan fácil
obtenerla en aquellos días, pero no obstante
tuvieron el consuelo de postrarse a los pies de
Pío IX, quien acogió con paternal afecto a los
hijos de don Bosco; les pidió noticias
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