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-íLo veis! íHay traidores hasta entre las
personas que rodean al Papa!
Monseñor Manacorda nos confirmaba que Pío IX no
estaba seguro ni siquiera en sus habitaciones. Una
noche le recibió el Pontífice después de las diez
en su dormitorio, porque tenía que darle un
importantísimo informe; pero antes de abrir los
labios, el Papa, mirando alrededor con recelo le
dijo:
-Hablad bajito, que hasta aquí corremos peligro
de no estar solos. íLas paredes oyen!
Ante tantas perfidias se debería aplicar a Pío
IX el dicho de Crux de Cruce (Cruz de Cruz), ya
que muy bien pudo decir de sí muchas veces con el
Salmista: <>.
Pero, caso singular, o mejor, milagro de la
divina Providencia, en varias ocasiones pudo
también decir: salutem ex inimicis nostris (la
salvación me vino de mis enemigos). Algunos de los
que militaban entre sus adversarios, ya fuera por
el horror que les producían ciertos atentados, ya
fuera por remordimientos de conciencia, o también
por interés, acudían de vez en cuando a la
habitación de don Bosco y le contaban largo y
tendido todo lo que se tramaba contra el Santo
Padre, aun en el mismo Vaticano. Ellos conocían la
prudencia de don Bosco y sabían que nunca habría
revelado sus nombres. Había uno entre éstos, que
era de los miembros principales de la secta y tuvo
después la fortuna de morir como buen cristiano,
el cual, cuando se encontraba con el Venerable,
diríamos que casi le atormentaba con sus
confidencias:
-En una logia se ha decidido esto; en otra se
habló de esto otro;
en una tercera el hermano A. hizo esta ((**It8.862**))
antipática proposición contra el clero; pero el
hermano B. fue de parecer contrario (y daba
nombres, apellidos y títulos). Fulano, que en
público se muestra de opiniones moderadas, en la
logia se manifiesta como el más rabioso enemigo de
la Iglesia; Zutano, en cambio, que goza en la
ciudad de fama de intransigente contra la
religión, es raro el caso en que tome la palabra.
Don Bosco dejaba hablar, estudiaba el fin que
les movía a ello, confrontaba lo dicho por unos y
por otros, y cuando llegaba a conocer la verdad,
cuando venía al caso, advirtiéndoles previamente,
informaba al Papa de lo concerniente a su persona.
Así a veces pudo el Papa precaverse de peligros
inminentes y de algún traidor; pero más a menudo
no hacían más que disponer su ánimo a abandonarse
confiadamente en las manos de Dios.
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