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nuevas aclaraciones! He hecho mal dejándome perder
tan buena ocasión. íPodría haber aprendido tantas
cosas hermosas!
E inmediatamente volví atrás con la misma
rapidez con que había venido, temeroso de no
encontrar ya a Monseñor. Penetré, pues, de nuevo
en aquel palacio y en el mismo salón.
Pero, íqué cambio se había operado en tan
breves instantes! El Obispo, palidísimo como la
cera, estaba tendido sobre el lecho; parecía un
cadáver; a los ojos le asomaban las últimas
lágrimas; estaba agonizando. Sólo por un ligero
movimiento del pecho, agitado por los postreros
estertores, se comprendía que aún tenía vida. Yo
me acerqué a él afanosamente:
-Monseñor, >>qué os ha sucedido?
-Dejadme, dijo dando un suspiro.
-Monseñor, tendría aún muchas cosas que
preguntaros.
-Dejadme solo; sufro mucho.
->>En qué puedo aliviaros?
-Rezad y dejadme ir.
((**It8.858**))->>Adónd
e?
-Adonde la mano omnipotente de Dios me conduce.
-Pero, Monseñor, os lo suplico, decidme adónde.
-Sufro mucho; dejadme.
-Decidme al menos qué puedo hacer en vuestro
favor, repetía yo.
-Rezad.
-Una palabra nada más: >>tenéis algún encargo
que hacerme para el mundo? >>No tenéis nada que
decir a vuestro sucesor?
-Id al actual Obispo de... y decidle de mi
parte esto y esto.
Las cosas que me dijo no os interesan a
vosotros, mis queridos jóvenes, por tanto las
omitiremos.
El Prelado prosiguió diciendo:
-Decidle también a tales y tales personas,
éstas y estas otras cosas en secreto.
Don Bosco calló también estos encargos: pero
tanto éstos como los primeros parece que se
referían a avisos y remedios para ciertas
necesidades de aquella diócesis.
->>Nada más?, continué yo.
-Decid a vuestros muchachos que siempre los he
querido mucho; que mientras viví, siempre recé por
ellos y que también ahora me acuerdo de ellos. Que
rueguen ahora por mí.
-Tened la seguridad de que se lo diré y de que
comenzaremos inmediatamente a aplicar sufragios.
Pero, apenas os encontréis en el Paraíso, acordaos
de nosotros.
El aspecto del Prelado denotaba entretanto un
mayor sufrimiento. Daba pena contemplarlo; sufría
muchísimo, su agonía era verdaderamente
angustiosa.
-Dejadme, me volvió a decir; dejadme que vaya
adonde el Señor me llama.
-íMonseñor!... íMonseñor!..., repetía yo lleno
de indecible compasión.
-íDejadme!... íDejadme!...
Parecía que iba a expirar mientras una fuerza
invisible se lo llevaba de allí a las habitaciones
más interiores, hasta que desapareció de mi vista.
Yo, ante una escena tan dolorosa, asustado y
conmovido, me volví para retirarme, pero habiendo
tropezado por aquellas salas con la rodilla en
algún objeto, me desperté y me encontré en mi
habitación y en el lecho.
Como veis, queridos jóvenes, éste es un sueño
como los demás, y en lo relacionado con vosotros
no necesita explicación, para que todos lo
entendáis.
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