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cada año y a veces los convertía en personales,
cuando asistía a la fiesta alguno que, por
dignidad o merecimiento, era acreedor a tal
atención. Aquella tarde concluyó el Venerable
pidiendo y prometiendo oraciones.
Pero las alegrías de aquel día hacían recordar
a don Bosco las otras más solemnes que debían
experimentar en Roma tantos amigos suyos con
motivo del Centenario de San Pedro. Por eso
escribía al conde Eugenio De Maistre:
Turín, 25 de junio de 1867
Muy apreciado en el Señor:
Un saludo para usted, y para toda su familia,
mi querido señor Conde, y ello para desear a todos
abundantes bendiciones del cielo en este
Centenario; y me parece bien hacerlo por deber y
porque no sé si todavía podré repetir los mismos
augurios para otro centenario.
La condesa Caramon me trajo noticias de que
toda su familia goza de buena salud y que también
el señor Francisco parece estar fuera de peligro;
nosotros seguimos todavía encomendándolo a María
Auxiliadora, mañana y tarde; esperamos que esta
Madre querrá devolverle la salud primera.
Que Dios le bendiga a usted, a su señora, a sus
hijos y conceda a todos largos años de vida feliz
y el santo don de la perseverancia. Amén.
Me encomiendo, juntamente con mis muchachos, a
la caridad de sus santas oraciones, y me profeso
muy agradecido en el Señor
Su seguro servidor
JUAN BOSCO, Pbro.
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