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una oda original, puesta en música por don Juan
Cagliero, que fue interpretada por un coro
numerosísimo acompañado por la banda.
Declamáronse después muchas composiciones en
griego, en latín, en italiano y en francés. Pero
llamó poderosamente la atención del público cierto
comerciante, el señor Lanzerini, quien leyó una
composición original en dialecto boloñés. Acababa
de llegar de Londres y ya había estado otra vez en
el Oratorio, yendo de viaje desde Bolonia, su
patria, a París. Era muy rico y bueno, sentía gran
afecto por don Bosco y era hermano del santo
sacerdote Lanzerini, fundador del Hospicio de la
Inmaculada en Bolonia para muchachos pobres
abandonados. El año anterior, dicho señor se
volvió loco y durante unos meses lloraba y no
cesaba de repetir:
-íAy de mí! Ahora tenemos que morir todos de
hambre: estoy reducido a la miseria: mi familia
tendrá que ir de puerta en puerta mendigando el
pan para vivir.
Tenía esta idea fija. Cuando don Bosco llegó a
Bolonia, procedente de Florencia, el reverendo
Lanzerini, acudió a exponerle la desgracia del
hermano: y el Siervo de Dios corrió a visitarle.
Continuaba el enfermo con sus lamentos y no
escuchaba una palabra de aliento.
-Bien, dijo entonces don Bosco, después de
haberle dado la bendición, hágase una novena a
María Auxiliadora; si cura, hará una limosna a la
nueva iglesia de Turín.
La familia empezó la novena y, aún no la había
terminado, cuando el demente, libre de su manía,
se encontró tan completamente curado que superó
las esperanzas de todos.
La simple narración de este hecho fue el tema
tratado por el señor Lanzerini, quien daba así
testimonio público de la gracia recibida,
añadiendo que nunca se había encontrado tan bien
de salud como entonces. Concluía agradeciendo
((**It8.850**)) a María
Auxiliadora y a don Bosco, el incomparable
beneficio recibido y declarando que guardaría
eterno reconocimiento.
Para cerrar la velada repitieron los coros su
canto, y don Bosco dirigió unas breves palabras de
agradecimiento a todos: a los cantores, a los
músicos, a los poetas y prosistas, a los que
habían preparado y realizado el conjunto de
aquella bella decoración, a los que con artística
y sorprendente iluminación aumentaban la alegría
del crepúsculo, a los donantes de los muchos y
ricos regalos expuestos sobre una amplia mesa, a
los Superiores de la casa, a los bienhechores y a
los muchachos que le habían presentado muchos
augurios a través de múltiples cartas. Estos
específicos agradecimientos los repetía
(**Es8.722**))
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