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((**Es8.722**) una oda original, puesta en música por don Juan Cagliero, que fue interpretada por un coro numerosísimo acompañado por la banda. Declamáronse después muchas composiciones en griego, en latín, en italiano y en francés. Pero llamó poderosamente la atención del público cierto comerciante, el señor Lanzerini, quien leyó una composición original en dialecto boloñés. Acababa de llegar de Londres y ya había estado otra vez en el Oratorio, yendo de viaje desde Bolonia, su patria, a París. Era muy rico y bueno, sentía gran afecto por don Bosco y era hermano del santo sacerdote Lanzerini, fundador del Hospicio de la Inmaculada en Bolonia para muchachos pobres abandonados. El año anterior, dicho señor se volvió loco y durante unos meses lloraba y no cesaba de repetir: -íAy de mí! Ahora tenemos que morir todos de hambre: estoy reducido a la miseria: mi familia tendrá que ir de puerta en puerta mendigando el pan para vivir. Tenía esta idea fija. Cuando don Bosco llegó a Bolonia, procedente de Florencia, el reverendo Lanzerini, acudió a exponerle la desgracia del hermano: y el Siervo de Dios corrió a visitarle. Continuaba el enfermo con sus lamentos y no escuchaba una palabra de aliento. -Bien, dijo entonces don Bosco, después de haberle dado la bendición, hágase una novena a María Auxiliadora; si cura, hará una limosna a la nueva iglesia de Turín. La familia empezó la novena y, aún no la había terminado, cuando el demente, libre de su manía, se encontró tan completamente curado que superó las esperanzas de todos. La simple narración de este hecho fue el tema tratado por el señor Lanzerini, quien daba así testimonio público de la gracia recibida, añadiendo que nunca se había encontrado tan bien de salud como entonces. Concluía agradeciendo ((**It8.850**)) a María Auxiliadora y a don Bosco, el incomparable beneficio recibido y declarando que guardaría eterno reconocimiento. Para cerrar la velada repitieron los coros su canto, y don Bosco dirigió unas breves palabras de agradecimiento a todos: a los cantores, a los músicos, a los poetas y prosistas, a los que habían preparado y realizado el conjunto de aquella bella decoración, a los que con artística y sorprendente iluminación aumentaban la alegría del crepúsculo, a los donantes de los muchos y ricos regalos expuestos sobre una amplia mesa, a los Superiores de la casa, a los bienhechores y a los muchachos que le habían presentado muchos augurios a través de múltiples cartas. Estos específicos agradecimientos los repetía (**Es8.722**))
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