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los de las provincias donde habían desaparecido
los príncipes, los designaría el Papa
directamente, haciendo conocer al Rey sus nombres
antes de preconizarlos; los obispos ausentes
podrían volver, excepto algunos por circunstancias
especiales personales o locales; se conservarían
intactos los bienes eclesiásticos.
Roma no se mostró disconforme con la reforma de
algunas circunscripciones diocesanas; pero no
admitió el exequatur para las Bulas Pontificias y
el juramento. El enviado del Gobierno de Italia
reconoció que la Iglesia estaba en su derecho,
cuando, por formalidades ahora desusadas, no
quería implicarse en una cuestión que
comprometiese sus principios políticos y
económicos. Vegezzi lo había reconocido con tanta
lealtad que el corazón del Santo Padre abrigó la
esperanza de poder finalmente proveer de alguna
manera a buena parte de su amada grey.
((**It8.69**)) Pero,
apenas hubo conocimiento público de la carta
escrita por el Sumo Pontífice al rey Víctor Manuel
y se vislumbró que éste le había manifestado su
propensión a secundar sus deseos, la secta se
conmocionó.
Hasta en el Parlamento hubo, el 25 de abril,
algunos diputados de mala fe y desleales, que
echaron en cara al Gobierno la misión encomendada
a Vegezzi, acusándolo de pactar con el Pontífice y
sosteniendo que las diócesis vacantes no producían
daño alguno. Al mismo tiempo el periodismo
sectario se alzaba furiosamente y amenazador para
impedir que siguieran las negociaciones. También
las logias masónicas se convocaban y tomaban
decisiones contra cualquier acuerdo con la Santa
Sede. Por todas las ciudades de Italia se reunían
asambleas tumultuosas, en plazas, tabernas y
teatros para protestar contra tal iniciativa,
entre horrendas blasfemias e impiedades inauditas.
Con estas demostraciones mantenían en alto los
sectarios el arma de la llamada opinión pública,
que necesitaban para obstaculizar con éxito los
deseos del Santo Padre e impedir los efectos de
las buenas disposiciones del Rey.
De este modo, mientras parecía inminente un
acuerdo con el Papa, aparecían profundas y
notorias disensiones entre los ministros que
obstaculizaban reciamente y de diversos modos los
designios de Vegezzi. Los moderados se conformaban
con una simple formalidad de registro acerca del
exequatur; cedían a que los obispos exiliados
volvieran incondicionalmente; no insistían sobre
la disminución de las diócesis. Por el contrario,
el ministro Vacca, guardasellos, no cesaba de
poner trabas a sus colegas hasta hacerse
insoportable.
Vegezzi había notificado al Gobierno Real los
preliminares de(**Es8.72**))
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