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En sus oraciones pedía al cielo el conocimiento
exacto de sus ovejas; la gracia de vigilar
atentamente; de asegurar la custodia del redil aun
después de su muerte y de proveerle de fácil
alimento material y espiritual.
Don Bosco, pues, después de las oraciones de la
noche, habló así:
En una de las últimas noches del mes de María,
el 29 o el 30 de mayo, estando en la cama y no
pudiendo dormir, pensaba en mis queridos jóvenes y
me decía a mí mismo:
-íOh si pudiese soñar algo que les sirviese de
provecho!
Después de reflexionar durante un rato añadí:
-íSí! Ahora quiero soñar algo para contarlo a
mis jóvenes.
Y he aquí que me quedé dormido.
Apenas el sueño se apoderó de mí, me pareció
encontrarme en una inmensa llanura cubierta de un
número extraordinario de ovejas de gran tamaño,
las cuales, divididas en rebaños, pacían en los
extensos prados que se ofrecían ante mi vista.
Quise acercarme a ellas y se me ocurrió buscar al
pastor, causándome gran maravilla que pudiese
haber en el mundo quien pudiera poseer tan crecido
número de animales de aquella especie. Después de
breves indagaciones me encontré ante un pastor
apoyado en su cayado. Inmediatamente comencé a
preguntarle:
->>De quién es este rebaño tan numeroso?
El pastor no me contestó.
Volví a repetir la pregunta y entonces me dijo:
->>Y a ti qué te interesa?
->>Por qué, repliqué, me contesta de esa
manera?
-Pues bien, dijo el pastor, este rebaño es de
su dueño.
->>De su dueño? Eso ya me lo suponía, dije para
mí.
Y continué en alta voz:
->>Y quién es el dueño?
-No te preocupes, me dijo, ya lo sabrás.
Después, recorriendo en su compañía aquel
valle, comencé a observar el rebaño y la región en
que nos encontrábamos.
Algunas zonas estaban cubiertas de rica
vegetación; numerosos árboles extendían sus ramas
proporcionando agradable sombra, y una hierba
fresquísima que servía de alimento a gran número
de ovejas de hermosa y lucida presencia.
En otros parajes la llanura era estéril,
arenosa, llena de piedras, recubierta de espinos,
desprovistos de hojas, y de grama amarillenta; no
había en toda ella ni un tallo de hierba fresca; a
pesar de ello, también ((**It8.841**)) allí
había numerosas ovejas paciendo, pero su aspecto
era miserable.
Hice algunas preguntas a mi guía referentes a
este rebaño, pero él, sin contestarme a ninguna,
dijo:
-Tú no estás destinado a cuidarlas. En éstas no
debes pensar. Te voy a llevar a que veas el rebaño
que te ha sido reservado.
-Pero >>tú quién eres?
-Soy el dueño; ven conmigo; vamos hacia aquella
parte y verás.
Y me condujo a otro lugar de la llanura donde
había millares y millares de corderillos. Tan
numerosos eran, que no se podían contar y estaban
tan flacos que apenas si se podían tener en pie.
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