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Pasado mañana vendrá monseñor Galletti a
decirnos la misa: es persona tenida por santa en
nuestros pueblos. Procuremos que no se lleve mala
impresión. Después de la misa dirá unas palabras.
12 de junio
Estaba don Bosco en el comedor, rodeado de
muchachos, y les dijo:
-Ayer vino una madre de familia a ofrecer cien
liras, prometidas por la curación de su hijo. Hace
unos días se había presentado con este hijo suyo
para que yo se lo bendijera. Y le dí la bendición,
y luego le encomendé que hiciese una novena a
María Auxiliadora. Apenas volvió a casa, según me
contó su madre, el muchacho pidió de comer. Estaba
tuberculoso desde hacía cinco o seis meses y tenía
una tos tal que no podía ni tomar la sopa. A
partir de aquel día comenzó a comer con apetito,
se calmó la tos y ahora se encuentra en perfecta
salud.
Dijo también por la noche a toda la comunidad,
después de las oraciones:
-Os dejaré un pensamiento, una máxima. No
miréis las cosas del mundo con anteojos de grueso
calibre, sino a ojo descubierto, porque los
anteojos agrandan de tal modo las cosas que un
granito de arena parece una montaña. Todas las
cosas del mundo juntas son nada. Así lo dijo
Salomón, después de haber gozado todos los
placeres posibles: todo es vanidad y aflicción de
espíritu. Y además mirad: las cosas del mundo
hemos de dejarlas. Si las dejamos ahora, el Señor
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recompensará; si no queremos dejarlas ahora,
igualmente tendremos que dejarlas al morir, pero
sin mérito.
Mañana estará con nosotros monseñor Galletti,
el nuevo Obispo de Alba. Procurad portaros bien,
porque es un santo. Tomad buena nota de lo que él
os dirá.
El jueves, 13 de junio, era por tanto esperado
en el Oratorio monseñor Eugenio Galletti, Obispo
de Alba. Acudieron para asistir a su misa muchas
personas ilustres, penitentes suyas, que, tristes
por tener que perderlo pronto, buscaban
ansiosamente atesorar sus últimas palabras. El,
fervoroso predicador, muy versado en ciencias
sagradas, totalmente entregado a obras de humilde
caridad, hasta esconderse en el maravilloso
Hospital del Cottolengo, ignorado hacía muchos
años por el mundo pero notus coram Domino
(conocido ante el Señor) había dirigido,
instruido, y guiado santamente por el camino de la
virtud a las diversas familias de aquella
institución a él encomendada.
Y ahora, antes de partir hacia Roma, el nuevo
Prelado se dignaba visitar el Oratorio de San
Francisco de Sales y a su amigo don Bosco.
Fue recibido por el clero a la puerta de la
iglesia. Tenía el aspecto de un santo, muy
recogido, con las manos juntas, la cabeza
inclinada, los ojos bajos, el andar modesto.
Inspiraba aire de recogimiento, de meditación, de
mansedumbre.
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