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Al carísimo amigo
DON JUAN BOSCO
Director del Oratorio de San Francisco
de Sales
He aquí el drama que me invitasteis a escribir
para vuestras Lecturas Católicas. El argumento que
me propusisteis, tan arduo como noble, no podía,
en efecto, ser más oportuno en las circunstancias
del año presente, centenario del martirio de los
gloriosos Príncipes de los apóstoles, Pedro y
Pablo.
Cuando el inmortal Pontífice y padre nuestro
Pío IX, que impávido rige la navecilla del
pescador, sin preocuparse de la tormenta que
conmueve al mundo, invita a los Obispos del Orbe
Católico a acudir a su lado para celebrar con
insólita pompa la solemnidad de aquel faustísimo
día; cuando doscientos millones de corazones
creyentes, esparcidos por el universo, esperan
ansiosos que llegue a ellos el eco de las voces
autorizadas, que para su enseñanza y consuelo
resonarán aquellos días en el Vaticano; heme aquí
dispuesto por vuestro estímulo a ofrecer mi
pequeño tributo de alabanza a san Pedro.
Escribo para jovencitos, vos lo sabéis; mas no
por esto quedará sin fruto mi pobre trabajo; antes
espero que lo producirá por duplicado. Los
muchachos, cuando hayan aprendido de memoria mis
versos, les gustará recitarlos a los mayores; y
éstos que no tendrían paciencia para leerlos, los
escucharán con agrado de sus labios inocentes, y
quedarán conmovidos. Así ha sucedido con los
muchachos de este Oratorio de San Felipe Neri; así
lo harán los de vuestro Oratorio de San Francisco
de Sales; y así lo harán también por toda Italia
otros muchos. La gente del pueblo oirá contar
agradablemente la importantísima historia de los
dos últimos años de la vida de san Pedro, que
guarda tan estrecha relación con el dogma de la
unidad de la Iglesia y el primado del Romano
Pontífice.
Esa fue vuestra intención al sugerirme el tema
de San Pedro en Roma. Yo he hecho lo posible para
realizarlo con todo afán. Veréis, pues, cómo,
omitida la primera venida de san Pedro a Roma,
bajo Claudio, porque queda muy distante, he
procurado ((**It8.814**)) agrupar
todos los sucesos de su segunda venida bajo Nerón,
sin alejarme de la verdad histórica eclesiástica y
profana. De este modo la sencilla exposición de
las últimas gestas de san Pedro en Roma, servirá
para confirmar provechosamente en el corazón de
los fieles la verdad histórica: que desde
Antioquía se trasladó Pedro personalmente a Roma,
que en Roma pasó los últimos años de su vida, que
en Roma derramó su sangre por Jesucristo, y que
por consiguiente en Roma está la Sede de San
Pedro. Verdad importantísima, que, unida a la
verdad dogmática del Primado de jurisdicción que
Jesucristo confirió a san Pedro, refuerza en los
corazones de los fieles la reverente obediencia al
Romano Pontífice, sucesor de san Pedro, vicario de
Jesucristo en la tierra, cabeza y maestro de todos
los cristianos, centro de la unidad de la Iglesia
Católica.
Encontraréis, además, en sus correspondientes
notas, la cita de las fuentes y aun de muchos
textos, de los que he sacado los sucesos y tomado
los pensamientos expuestos en mi narración
dramática, lo que nunca había hecho cuando
publiqué otros dramas sacros. Pero aquí he seguido
vuestro consejo oportunísimo, dada la naturaleza e
importancia del tema.
Si alguien quisiere conocer con mayor precisión
la historia de los últimos años de san Pedro,
podrá consultar las preciosísimas Observaciones
histórico-cronológicas, publicadas en Roma el año
pasado en la imprenta Salviucci por monseñor
(**Es8.691**))
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