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SOCIEDAD DE SAN FRANCISCO DE
SALES
Esta Sociedad se compone de sacerdotes,
clérigos y laicos, los cuales buscan la propia
salvación con el ejercicio de la caridad con el
prójimo:
1.° Dando instrucción religiosa a los muchachos
más pobres y en peligro, sobre todo en los días
festivos, como se hace en los Oratorios de San
José, de San Luis y de San Francisco de Sales.
2.° Proporcionando a los más abandonados
alojamiento, alimento y el aprendizaje de un
oficio, a fin de que con el tiempo puedan ganarse
el pan con el trabajo de sus propias manos.
También se les recibe para estudiar
gratuitamente o con pensiones muy módicas, con tal
de que manifiesten conducta eminentemente buena,
que es como decir, que den probabilidad de
inclinarse al estado eclesiástico, como se hace en
la casa del Oratorio de San Francisco de Sales, de
San Felipe Neri en Lanzo y de San Carlos en
Mirabello, donde reciben instrucción religiosa y
científica casi mil doscientos muchachos.
3.° Organizando ejercicios, novenas y
catequesis, en aquellos lugares donde, por
carencia de medios materiales, falta la
predicación.
A esta parte va unida la solicitud de propagar
buenos libros por todos los medios que el Superior
Eclesiástico quiera sugerir.
Para conservar la unidad de espíritu y
disciplina en esta clase del sagrado ministerio es
indispensable una sociedad de personas que con la
guía de la Autoridad Eclesiástica estudien y se
transmitan una a otra aquellas normas de prudencia
y de caridad que generalmente sólo se pueden
aprender con la práctica.
ORIGENES DE ESTA SOCIEDAD
Esta sociedad, aunque limitada a unos cuantos
eclesiásticos, comenzó en el año 1841 a reunir
muchachos pobres en los días festivos. Monseñor
Fransoni fue guía constante y consejero de cuanto
se hacía. Después de haber concedido diversas
facultades para la administración de los
sacramentos y la predicación, aconsejaba a don
Bosco en el año 1846 que estudiase el modo de
regular la existencia de la administración
((**It8.810**)) de los
Oratorios con una congregación de individuos que
vivieran en sociedad y bajo unas reglas fijas para
ellos y para los Oratorios.
El año 1852 el mismo Arzobispo aprobaba por
medio de su Vicario General el reglamento de los
Oratorios y constituía jefe al sacerdote Juan
Bosco con las facultades necesarias y oportunas
para estas instituciones. Pero insistía siempre en
que se preparase un reglamento escrito para los
eclesiásticos ya unidos en una especie de
sociedad, como la que se vive al presente. Se
escribió el reglamento; pero los tiempos
impidieron que se pudiera llegar a una aprobación
normal.
El año 1858 me aconsejó el mismo Arzobispo que
fuera a Roma a tratar el asunto personalmente con
el Sumo Pontífice. El Santo Padre trazó un plan de
sociedad religiosa, de modo que los miembros
fueran verdaderos religiosos de cara a la Iglesia,
pero que cada uno fuese un ciudadano libre ante
las autoridades civiles. Yo procuré desarrollar
los pensamientos del Santo Padre e hice la
división por capítulos y artículos que forman el
actual reglamento. Este se practicó durante seis
años.
El año 1864 se hizo llegar a la Congregación de
Obispos y Regulares un memorial con las
constituciones y las cartas comendaticias del
Ordinario de esta Archidiócesis, del Obispo de
Cúneo, de feliz memoria, y de los de Mondoví,
Acqui, Casale y Susa.
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