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se rebajaba el precio a la mitad. Siento el deber
de agradecérselo respetuosamente, pues, aunque sin
culpa mía haya sido privado del beneficio, sin
embargo, después del hecho, no puedo dejar de
aceptar con la más sentida gratitud la parte que
ahora se me concede.
Solamente rogaría respetuosamente se me diera
un modelo de billete para presentar en las
estaciones, sin tener que elevar cada vez la
petición oficial, dado que por esta formalidad se
convierte en difícil la concesión, y con
frecuencia sin resultado. Hace ya unos días se
presentaron tales peticiones, pero el permiso
llegó cuando los muchachos ya habían partido.
Además, si para todos los muchachos hubiese que
hacer vez por vez recurso especial, sería
seguramente muy engorroso para los despachos, ya
que serían no menos de mil doscientos jóvenes los
que dos veces al año, por lo menos, tendrían que
recurrir a hacer la petición correspondiente.
Yo confío plenamente que usted, dentro de un
tiempo más o menos próximo, se dignará decir una
palabra en mi favor, y mis pobres muchachos podrán
gozar de nuevo de la reducción del ((**It8.805**)) setenta
y cinco por ciento, que disfrutábamos al igual que
otras entidades de esta clase.
En todo caso, cualquiera sea la concesión, en
nombre de mis pobrecitos le uro la más profunda
gratitud y le deseo todo bien del cielo para usted
y para todos los administradores de la Compañía de
Ferrocarriles de la Alta Italia, y con todo mi
aprecio me profeso,
De V. S. Ilma.
Su seguro servidor
JUAN BOSCO, Pbro.
Mientras tanto Turín tenía ya nuevo Arzobispo
en la persona de monseñor Alejandro Octaviano
Riccardi de los Condes de Netro. Había nacido en
Biella el 23 de mayo de 1808 y había sido
sucesivamente Clérigo y Capellán de la Corte,
Canónigo de la Metropolitana, limosnero del Rey
Carlos Alberto, y desde 1842 Obispo de Savona. Su
característica fue siempre la bondad.
Era tan querido en Savona por sus obras de
beneficencia que había llorado ante el pensamiento
de tener que partir. Había rogado y suplicado
varias veces al Papa y al Rey, pero todo fue
inútil; tuvo que tomar sobre sus hombros la nueva
cruz e ir a Turín.
Hasta entonces había sido admirador y muy amigo
de don Bosco. Le había visitado en Roma y don
Bosco le devolvió la visita. El digno Prelado lo
recibió con extraordinaria expansión y le expuso
muchos de sus proyectos, entre los cuales, la
dirección de los seminarios menores de Giaveno y
Bra, y del Seminario de Chieri. Ponía toda su
confianza en don Bosco para la educación del
Clero. Al despedirse el Venerable, díjole el
Arzobispo:
-Contad conmigo para todo; quiero ser vuestro
afectísimo amigo.
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