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((**Es8.681**) caridad a algo más; en tal caso desearía que, con toda libertad, se pronunciase con el fin de que yo no diga, ni emprenda nada ((**It8.801**)) que pudiera sorprenderle. Las entregas pueden efectuarse en cantidades espaciadas y sin prisas. Como quiera que desee usted hacerlo, no dejaré de rezar a la Santísima Virgen para que le conceda salud duradera, días felices y el Paraíso. Finalmente, agradecido me profeso, Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. El mismo día de María Auxiliadora daba cuenta don Miguel Rúa al Caballero de lo que hacía don Bosco: Turín, 24 de mayo de 1867. Carísimo señor Caballero: Tengo muchas cosas que decir y que contarle; procuraré ser breve. En casa, varias novedades. Finino se nos fue al Paraíso. Requiem aeternam dona ei, Domine. (Dale Señor el descanso eterno). Hemos tenido unos días entre nosotros a un misionero de Verona, acompañado de un negro que trajo consigo al volver de Africa; esta mañana partió de nuevo para las misiones; si puede, nos mandará algún negrito. Los muchachos están bien, en general; hicieron los ejercicios espirituales predicados por el canónigo Eula de Mondoví; parece que resultaron bien. Rece usted para que se conserven los frutos. Don Bosco está bien de salud; el Señor le pone a prueba de mil modos, pero él soporta todo con su acostumbrada serenidad y resignación. Imagino que él mismo le informará de alguna tribulación; yo solamente le referiré una, y es, que nos quitaron los billetes de favor para los ferrocarriles; se nos ha equiparado a los demás institutos de educación. Causas ajenas a nosotros han motivado esta privación. Pero la Virgen consuela a don Bosco por otros caminos. Un padre de familia vino a desahogar su dolor con él porque estaba paralítico de la mano derecha, no podía servirse de ella y en consecuencia sufría él con toda su familia. Don Bosco le exhortó a confiar en María. Antes de salir de la habitación, escribió en un papel que yo conservo, con la mano que hacía varios meses no le servía más que de estorbo, estas palabras: <>. En los primeros días del mes fue don Bosco a Saluggia para asegurar (mediante alguna oferta) al Párroco contra las amenazas de unos asesinos que, después de haber intentado matarle por dos veces, habían demostrado su firme voluntad de quitarlo de en medio en la primera ocasión. Qué pasó entre él y el párroco, no lo sé; lo único que sé es que, habiendo bajado del vapor en Livorno Vercellese, tuvo que ir a Saluggia en coche. Iban montados cuatro: el que guiaba, ((**It8.802**)) el caballo y los otros dos mostraban atentamente a don Bosco las bellas campiñas, narrábanle la historia de las casas de campo que encontraban por el camino; iban en animada conversación, cuando, de improviso, los cuatro dieron un gran salto; tres cayeron por tierra, y sólo don Bosco, que tuvo tiempo de exclamar: íMaría A uxiliadora, ayúdame!, siguió en el coche sin otro mal que un golpe de la barbilla con las rodillas, (**Es8.681**))
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