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((**Es8.68**) de los asuntos estrictamente religiosos y eclesiásticos, excluída toda cuestión territorial. >>No era, pues, el caso de apelar a la lealtad de sus protestas? Por otra parte, no todos los hombres de Estado se movían por odio a la Iglesia, sino que eran arrastrados por la revolución, aunque a regañadientes. Unos, por una política conocida perfectamente por don Bosco, eran propensos a condescender en ciertas propuestas parciales ventajosas para la Iglesia; otros se esforzaban con alguna concesión por acallar los remordimientos de su conciencia, contentándose con haber hecho algún bien; había además otros que, por motivos personales, por consideración a familias muy importantes, profesaban opiniones moderadas. Don Bosco ya había tratado con ellos, con su acostumbrada prudencia, para asuntos del Oratorio, a fin de deshacer ciertas calumnias que los perversos habían propalado contra algunos obispos, para remover impedimentos a alguna colación de beneficios, o para obtener una subvención o un donativo para alguna parroquia. No hay, por tanto, que extrañarse de que estuviera dispuesto a defender la causa de las diócesis italianas, y de que, a intervalos, durante casi diez años, perseverase en esta nobilísima empresa. Empezó, a través de algunas de sus altas amistades, a investigar el estado ((**It8.64**)) de ánimo de algunos ministros, después de haber pedido para asunto de tanta importancia, la aprobación del Sumo Pontífice. De este tiempo data el intercambio de cartas que tuvo lugar entre él y Pío IX, como consta en nuestras Memorias del mes de febrero de 1865 y cuyo contenido no se supo. El mismo Venerable debió hacerlas desaparecer. Don Emiliano Manacorda sirvió de intermediario de confianza para esta correspondencia. Mientras tanto, había sido advertido el rey Víctor Manuel de que el Papa le escribiría una carta. Efectivamente, Pío IX, mirando solamente al bien de las almas, determinó, por propia iniciativa, dar a los enemigos de la Iglesia Católica una ocasión oportuna para corresponder a las invitaciones de la gracia divina. El 6 de marzo dirigía una carta al Rey impregnada de benévolas expresiones, rogándole enjugara alguna lágrima de la atribulada Iglesia en Italia, llegando con él a un acuerdo para proveer los obispados; y le proponía mandara a Roma una persona seglar de su confianza para tratar el modo de poner fin a aquellas vacantes. Para que la carta no fuese interceptada, por quien podía tener interés en hacerlo, fue entregada al comendador Adorno, de Florencia, quien la presentó al Rey. Este, a quien siempre le habían disgustado(**Es8.68**))
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