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don Bosco, quien tuvo que seguir una larga hora
bendiciendo y consolando a todos. A la viejecita
se la vio después caminando por el pueblo, alegre
y sueltamente, con ayuda de un bastoncito, por su
avanzada edad. También mi hermano Luis fue testigo
de este hecho>>.
La causa de tanto entusiasmo y arrebato de fe
debióse a que se corrió la voz de que el
predicador era un sacerdote santo. Por la mañana
había sido invitado don Bosco a visitar a una
señora enferma de cáncer desde hacía mucho tiempo.
Después de exhortarla a confiar en María
Auxiliadora, la bendijo y le señaló el día
siguiente para levantarse el día después, que era
domingo, para salir de casa e ir a misa, y el
final de mes ((**It8.772**)) para ir
a Turín a hacer una ofrenda en acción de gracias a
María Auxiliadora. Pero, pocos minutos después de
que don Bosco saliera de la habitación, la enferma
se sintió plenamente curada de su enfermedad,
agitó la campanilla, acudió toda la familia y les
comunicó que estaba sana. Se levantó, salió de
casa, fue enseguida a la iglesia parroquial a dar
gracias a la Santísima Virgen, y, antes de que don
Bosco dejase aquel lugar, con gran maravilla de
todos, fue a verle y entregarle la limosna
ofrecida, que fue de tres mil liras. Tenemos
también testimonio de este hecho escrito por don
Luis Costamagna, quien añade:
<>.
Al salir del pueblo pronunció el Venerable unas
palabras proféticas. La molinera, apellidada
Allaria, le presentó a dos hijas suyas, una de
doce años buena, tranquila, sencilla y muy devota,
y otra de catorce, de natural muy vivo que se
presentaba menos seria y, al menos en apariencia,
descuidada. La madre puso la pequeña a la derecha
de don Bosco y la mayor a la izquierda para que
las bendijera; pero, con sorpresa suya, el Siervo
de Dios hizo cambiar de sitio a la una por la
otra: y, volviéndose a la mayor, dijo:
-íEsta se hará religiosa y llegará a un alto
grado de santidad!
Estaba presente la jovencita Ursula Camisassa,
que ingresó después en las Hijas de María
Auxiliadora, compañera de la mayor, y oyó
claramente aquellas palabras que dejaron pasmados
a todos los presentes. Efectivamente, su amiga se
hizo religiosa en las Josefinas de Turín, y cuando
murió en Bra, la misma Camisassa oyó al arcipreste
Appendini leer la carta del párroco en la que
anunciaba dicha muerte y decía:
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