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narrando que el mismo Apóstol se dirigió a casa de
una tal María, y que había allí una muchacha
llamada Rosa, la cual, grandemente sorprendida al
ver a san Pedro que sabía estaba preso en la
cárcel, sin abrir la puerta, corrió a
comunicárselo a sus dueños, quienes no querían
creerla, mientras continuaba san Pedro golpeando
la puerta y anunciándose como quien era, hasta que
todos, cerciorados de la verdad, le recibieron en
casa y supieron por él el prodigio obrado por el
Angel.
En la página 132 se da como cierto que Tiberio,
habiendo pensado colocar a Jesucristo entre los
dioses de los Romanos interpeló la autoridad del
Senado, el cual rechazó la proposición.
En la página 152 se afirma que san Pedro
resucitó un muerto sobre el que antes había
intentado inútilmente Simón Mago obrar el pedido
prodigio. En la página 157 se presenta como hecho
cierto el vuelo y la caída del mismo ((**It8.763**)) Simón
Mago, con circunstancias especiosas no comprobadas
por los críticos, como se pretende hacer creer.
En la página 164 se da como hecho, igualmente
cierto, que san Pedro, a instancias de los fieles,
había decidido salvarse de la persecución
suscitada en Roma contra los cristianos, pero que,
apenas salió de la ciudad, cambió de parecer para
obedecer la voz del Redentor, que se le apareció
en el camino.
A más de lo observado, conviene resaltar en
dicho libro algunas proposiciones no exactas con
la historia evangélica o con las doctrinas
teológicas. Es verdaderamente defecto de
inexactitud, con respecto a la historia
evangélica, lo que se dice en la página 17, donde
se hace creer que los Apóstoles se dedicaban al
ministerio de la predicación mientras convivían
con el Salvador aquí en la tierra, esto es, antes
de haber escuchado la solemne misión con aquellas
palabras euntes docete (id y enseñad) y de haber
recibido el Divino Espíritu.
Con mayor precisión habla a este propósito el
mismo autor en la página 69 en la que, olvidando,
tal vez, cuanto había escrito antes, afirma que,
después de la bajada del Espíritu Santo, fue
cuando san Pedro, lleno de santo ardor empezó a
predicar por vez primera a Jesucristo.
No está tampoco conforme con las doctrinas
teológicas, cuando dice en la página 217 que la
violación de cualquier mandato divino es la
transgresión de un artículo de fe. De lo que se
deduciría que peca siempre contra la fe quien peca
contra un precepto divino. He aquí las palabras
con las que se expresa nuestro autor: Nuestra fe
debe ser total, esto es, debe abrazar todos los
artículos de nuestra religión. Todas las verdades
de fe son reveladas por Dios; por tanto, el que
niega un artículo de fe, niega creer a Dios mismo.
Por eso, quien dice amar al prójimo y mientras
tanto pronuncia el nombre de Dios en vano; el que
honra a sus padres mientras roba a los demás; o se
entrega a la deshonestidad; desprecia los
Sacramentos o al Vicario de Jesucristo, este tal,
digo, viola un artículo de fe que lo hace culpable
de todos los demás.
Otro lugar digno de especialísima mención se
encuentra en la página 192, acerca de la venida de
san Pedro a Roma. Si bien el escritor no ponga
duda alguna sobre este punto, antes bien aduzca no
pocos argumentos para probarlo, sentencia de este
modo sobre la naturaleza y el carácter del hecho
en sí mismo: <>.
Ahora bien, el sostener que la venida de san
Pedro a Roma no sea un punto dogmático o
religioso, en el sentido de que excluya toda
relación con el tema dogmático
(**Es8.648**))
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