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enriquecido y ampliado este santuario, gracias a
los cuidados del celoso rector Carlos Palazzolo,
quien mora en él normalmente. Durante el año da
clase y enseña el Catecismo a los muchachos del
vecindario, que difícilmente podrían ir al pueblo
de Pianezza; celebra allí diariamente la santa
misa; da la bendición a los visitantes que vienen
a pedirla y se ofrece gustosamente para confesar.
>>Con ocasión de la fiesta del Santo, procura
que haya abundantes confesores y sacerdotes para
atender al extraordinario concurso de fieles, que,
por necesidad o por devoción, suelen acudir cada
año a este Santuario el día 12 de mayo, día en el
que sufrió el martirio nuestro Santo y en el que
ocurrió el primer prodigio que dio origen al
santuario, y en el que la Iglesia Católica celebra
su fiesta>>.
A medida que pasaba el tiempo hacía reimprimir
algunos de sus libros y escribía otros, animado
siempre en esta santa empresa por el Sumo
Pontífice. Pío IX era todo suyo y conocía
íntimamente sus pensamientos. Si hubiese tenido la
menor duda de que algo de lo que había escrito no
estaba de acuerdo con la verdad católica y con su
respeto y amor al Papa, habría reprobado y
condenado no uno sino todos sus libros y habría
desistido de escribir.
Tal era siempre su firme voluntad, mientras
algunos de sus contradictores en Roma, que se
creían ofendidos por él, se habían coaligado con
una pandilla de intrigantes de las provincias del
sur de Italia contra las Lecturas Católicas.
Albergaban éstos la intención de hacer condenar
por la Sagrada Congregación ((**It8.761**)) del
Indice el Centenario de San Pedro, proporcionando
con ello una gravísima afrenta a su autor y
aprovechando esta condena para esparcir la duda
sobre todas las otras obras impresas por don
Bosco. La pasión ofuscaba sus mentes. Ciertamente
que en tan poco tiempo no habían podido leer y
ponderar los ciento cincuenta y cuatro fascículos,
que ya componían la colección de las Lecturas; y
ni siquiera habían considerado los muchos nombres
de prestigiosos autores que las habían escrito, ni
se habían dado cuenta de que estaban dirigidas al
pueblo, con un estilo estudiadamente familiar para
que agradasen y fueran entendidas.
Algún amigo de confianza escribió a don Bosco
acerca de esta maniobra y también le llegaron
cartas de personas conocidas con expresiones
ofensivas; pero él, con delicada prudencia, las
destruía a medida que las recibía. Hacía esto en
atención a los autores de las mismas para no
comprometer su honor, y también porque no era
conveniente que aquellos escritos cayesen en manos
de alguno del
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