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((**Es8.633**) en pie y era además sordomudo. Tenía de cuatro a cinco años. Los desolados padres lo llevaron a Roma, con la esperanza de que la bendición del Sumo Pontífice haría un milagro. Pero el Señor y la Virgen habían escogido para médico de aquel niño incurable a nuestro don Bosco. Pío IX le bendijo, pero aconsejó a los padres que lo llevasen a Turín y lo presentasen a don Bosco, quien poco antes había curado en Roma a muchos de alma y cuerpo. Aquellos buenos señores comparecieron en el Oratorio, expusieron a don Bosco su desgracia y le presentaron la única prenda, tan infeliz, de su amor. La cosa era grave, pero la Virgen tenía que ayudar a su Siervo, el cual, después de invocarla, bendijo al niño, le tomó de la mano y le invitó a caminar. íEl muchacho empezó a andar expeditamente él solo! Colocóse entonces a sus espaldas, golpeó suavemente las palmas de las manos, y el niño se volvía a él como quien oía. En voz baja le dijo: -Di papá y mamá. Y el niño repitió con soltura: -íPapá y mamá! íEstaba curado! >>Quién podría explicar la admiración y la alegría de los padres ante tal prodigio? Hasta entonces el niño no había proferido una sola palabra y, aunque le llamaran con voz muy fuerte, nunca había dado señales de oír. Verdaderamente la gracia era muy señalada: caminaba y oía, hablaba claramente. Aquellos señores dieron una importante limosna para la iglesia, pasaron a la antesala, asombrados y llorando de alegría, y dijeron al secretario y a los que allí se encontraban que envidiaban la suerte de los que vivían en el Oratorio junto a don Bosco. ((**It8.746**)) Fueron testigos de este hecho don Joaquín Berto y don Miguel Rúa, el cual sabía, además, el nombre de aquella familia. Esto sucedió el miércoles después de Pascua, cuya santa alegría había sido obscurecida por el luto. Se lee en el necrologio escrito por don Miguel Rúa: El 23 de abril muere Juan Bautista Finino, de Cisterna, a la edad de sesenta años. Era un hombre muy piadoso. Pasaba horas enteras en fervorosa oración ante el Santísimo Sacramento. No contento con las horas libres del día, dedicaba también parte de la noche a la oración. Si no se le permitía quedarse en la iglesia después de las oraciones de la noche de la Comunidad, conversaba con la Santísima Virgen delante de la estatua que había bajo los pórticos. Resignado con su larga y penosa enfermedad, murió confortado con los Sacramentos de la Penitencia y Extrema Unción. (**Es8.633**))
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