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en pie y era además sordomudo. Tenía de cuatro a
cinco años. Los desolados padres lo llevaron a
Roma, con la esperanza de que la bendición del
Sumo Pontífice haría un milagro. Pero el Señor y
la Virgen habían escogido para médico de aquel
niño incurable a nuestro don Bosco.
Pío IX le bendijo, pero aconsejó a los padres
que lo llevasen a Turín y lo presentasen a don
Bosco, quien poco antes había curado en Roma a
muchos de alma y cuerpo. Aquellos buenos señores
comparecieron en el Oratorio, expusieron a don
Bosco su desgracia y le presentaron la única
prenda, tan infeliz, de su amor. La cosa era
grave, pero la Virgen tenía que ayudar a su
Siervo, el cual, después de invocarla, bendijo al
niño, le tomó de la mano y le invitó a caminar.
íEl muchacho empezó a andar expeditamente él
solo! Colocóse entonces a sus espaldas, golpeó
suavemente las palmas de las manos, y el niño se
volvía a él como quien oía. En voz baja le dijo:
-Di papá y mamá.
Y el niño repitió con soltura:
-íPapá y mamá!
íEstaba curado! >>Quién podría explicar la
admiración y la alegría de los padres ante tal
prodigio? Hasta entonces el niño no había
proferido una sola palabra y, aunque le llamaran
con voz muy fuerte, nunca había dado señales de
oír. Verdaderamente la gracia era muy señalada:
caminaba y oía, hablaba claramente. Aquellos
señores dieron una importante limosna para la
iglesia, pasaron a la antesala, asombrados y
llorando de alegría, y dijeron al secretario y a
los que allí se encontraban que envidiaban la
suerte de los que vivían en el Oratorio junto a
don Bosco.
((**It8.746**)) Fueron
testigos de este hecho don Joaquín Berto y don
Miguel Rúa, el cual sabía, además, el nombre de
aquella familia.
Esto sucedió el miércoles después de Pascua,
cuya santa alegría había sido obscurecida por el
luto. Se lee en el necrologio escrito por don
Miguel Rúa:
El 23 de abril muere Juan Bautista Finino, de
Cisterna, a la edad de sesenta años. Era un hombre
muy piadoso. Pasaba horas enteras en fervorosa
oración ante el Santísimo Sacramento. No contento
con las horas libres del día, dedicaba también
parte de la noche a la oración. Si no se le
permitía quedarse en la iglesia después de las
oraciones de la noche de la Comunidad, conversaba
con la Santísima Virgen delante de la estatua que
había bajo los pórticos. Resignado con su larga y
penosa enfermedad, murió confortado con los
Sacramentos de la Penitencia y Extrema Unción.
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