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((**Es8.61**) -Nosotros no queremos ser sacerdotes. -Muy bien, pero queréis ser buenos seglares y ganaros el paraíso como tales; pedid, por tanto, al Señor para no equivocar el camino, aun siendo seglares. -Pero ahora no queremos pensar, lo pensaremos después. ->>Y cuándo queréis empezar a pensar? >>Cuando sea tarde? Por consiguiente, queridos míos, recemos, hagamos buenas comuniones. Recemos sobre todo por el que ha de morir antes de que se tenga el próximo ejercicio de la buena muerte. >>Y si fuese yo el que ha de morir? Rezad también por mí, que yo también rezaré por aquél de vosotros que el Señor ha destinado llamar a sí. Al día siguiente, habiéndosele interrogado privadamente, respondió: -El apellido del primero que debe partir para la eternidad comienza por la letra F. Es de notar que unos treinta alumnos tenían un apellido que comenzaba por esta letra y, por otra parte, en la casa todos gozaban de buena salud. ((**It8.56**)) Encontrándose a la sazón en la habitación de don Bosco Juan Bisio, oyó que le dijo: -Siento que el Señor se lleve siempre a los mejores muchachos. ->>Es, pues, uno de éstos el que debe morir?, le preguntó Bisio en el seno de la confianza. -Sí, uno que se llama Antonio Ferraris. Mas estoy tranquilo, porque es muy virtuoso y está preparado. Bisio le preguntó cómo había conocido aquel misterio; y don Bosco le narró el sueño con toda sencillez, sin hacer ver que se trataba de un don sobrenatural, y al fin añadió: -Con todo, tú estáte atento, y avísame para que pueda ir a asistirlo en los últimos días de la enfermedad. Entre tanto, Ferraris comenzó a sentir un malestar, que le obligaba a ir de cuando en cuando a la enfermería. Al principio pareció que se trataba de una ligera indisposición, pero no tardó en manifestarse la gravedad del mal. Entonces don Bosco fue a visitar al enfermo en compañía del doctor Gribaudo, el cual diagnosticó tratarse de un caso extremo. Mas el paciente parecía haber olvidado el sueño que él mismo había tenido el año anterior, y que nosotros expusimos ya en el séptimo volumen. Don Bosco escuchó, sin dar muestras de extrañeza por las palabras del médico, y animó al muchacho como si nada supiese sobre su porvenir, proporcionándole un gran consuelo con sus frecuentes visitas. La madre del paciente había acudido al Oratorio, a pesar de que el estado del enfermo no parecía alarmante. Después de prestarle su(**Es8.61**))
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