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un saludo encantador. Nos habló como habla un
padre a sus hijitos, no con la sublimidad de un
sermón, sino con la manifestación del espíritu, y
nosotros sorbíamos ávidamente sus palabras, que
salían límpidas de la vena de su corazón
sacerdotal. Dos cosas nos recomendó especialmente:
devoción a Jesús Sacramentado y devoción a nuestra
querida Madre Celestial. Y para que quedase en
nosotros esculpido el recuerdo de aquella visita
tan querida, pasó por las seis secciones en que
estábamos divididos, para entretenerse más de
cerca con nosotros y nos exhortó a crecer en la
virtud y en la bondad bajo el manto maternal de
María Auxiliadora. Antes de despedirse entregó a
((**It8.712**)) cada
uno la medalla de la Virgen y nosotros, con vivo
afecto besábamos su mano y la medalla que nos
ofrecía. Finalmente, de rodillas en el suelo, le
pedimos y obtuvimos su bendición.
>>Siempre he guardado la medalla de don Bosco
como algo muy querido y la consideré como una
protección y una enseñanza. Han pasado casi
cuarenta años y he experimentado, durante este
largo período de mi vida, que nunca me ha faltado
la maternal asistencia de María Auxiliadora, y
tanto más me ha sostenido y confortado, cuanto
mayores eran las dificultades en las que por
casualidad me he encontrado. Comprendí, y quedó
profundamente impresa en mi corazón, la gran
lección de que, después de Jesucristo, no contamos
con mejor apoyo en esta tierra, ni con consuelo de
mayor alegría que confiarnos a la protección de la
que es dispensadora de las gracias
celestiales...>>
También don Bosco conservó hasta la muerte la
poesía que le leyó el jovencito Domingo Svampa;
autógrafo precioso, querido hoy por doble motivo,
y que celosamente guardamos.
En el momento de la partida, el Cardenal De
Angelis se postró en tierra y pidió a don Bosco
que le bendijera, pero el Venerable se puso
también de rodillas ante el Cardenal, el cual
seguía diciendo:
-Ya soy viejo; no nos volveremos a ver más en
esta tierra; íbendígame, don Bosco!
->>Yo, bendecir a vuestra Eminencia? íYo, un
pobre sacerdote! Jamás.
-íSí que me bendecirá!
-Pero >>cómo? >>Un pobre clerizonte, bendecir a
un Cardenal, un Obispo, un Príncipe? Le toca a
usted bendecirme a mí.
-Si es así, >>ve, don Bosco, aquella bolsa? -Y
se la señalaba.- Es muy poco, pero si me bendice,
se la doy para su iglesia; íde otro modo, no!
Don Bosco reflexionó un momento y concluyó:
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