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habían alejado, satisfechos de saludar con signos
y miradas al que les había hecho tan felices por
poco tiempo. No fue posible reprimir las lágrimas
al separarnos del señor Conde. íPobre viejo! Se
arrodilló, y llorando como un niño, le pidió la
bendición a don Bosco. También éste estaba
extraordinariamente conmovido. Aunque las mas de
las veces está por encima de estas emociones, en
esta ocasión no pudo resistir. Lloraba y, aunque
quería, no podía hablar. íA ambos les parecía tan
corto el tiempo que se habían podido ver!
En la estación no fue menor la emoción. La
familia Vitelleschi, la de Villarios, etc., etc.,
esperaban compungidos. Entramos, acompañados por
ellos en la estación; su corazón no les permitía
hablar, ni separarse. Después de algunas palabras
llegó el momento de subir al tren. Pasó don Bosco
al andén, y subió al vagón muy conmovido. La
mayoría lloraba y apretados junto al tren, le
pedían que no les olvidase. Al contemplar un
espectáculo tan singular en derredor de un
viajero, muchos sacaban la cabeza fuera de las
ventanillas de los vagones y preguntaban con
curiosidad quién era aquel sacerdote objeto de
tantas demostraciones.
Poco antes de que arrancara el tren quisieron
los amigos recibir la bendición de don Bosco y
allí mismo, en público, con riesgo de burlas, se
arrodillaron ((**It8.709**)) para
recibirla. Quiera Dios que esta bendición
permanezca con ellos siempre y abundante.
Partió el tren. Era de noche y no se oía más
que el raudo correr y resoplar de la locomotora
que nos alejaba cada vez más de lugares y personas
tan queridas. Incliné la frente, la escondí entre
las manos, fingí dormir y lloré. También don Bosco
estaba abatido, pero mucho menos. De todos modos
nos acercábamos a casa y el sábado por la mañana
llegaríamos a Turín en el tren directo de las once
y media.
Con qué alegría le abrazaré entonces y, con
usted, a todos los que salgan a recibir a don
Bosco. Aunque nuestros bultos estén llenos de
indulgencias, dispensas, etc., sin embargo, no son
indulgentes con nosotros y pesan terriblemente.
Mande, por tanto, a alguno a la estación que nos
tenga un poco de compasión y nos ayude a
llevarlos.
>>En Roma? íQué herencia más grande de afectos
ha dejado allí don Bosco! Hombres de toda clase,
hasta el Embajador de España con todo el personal
de la Embajada, vinieron a honrarle. El Cónsul de
Francia deseó también una audiencia con toda su
familia. El Embajador la pidió, pero no la pudo
obtener. Otras muchas cosas y noticias se las
contaré de palabra para nuestra común alegría. Le
hablaré de varios proyectos de las matronas
romanas con respecto a don Bosco y a su iglesia.
El altar del conde Bentivoglio marcha muy bien;
resultará magnífico. Las señoras romanas se
proponen hacer uno y también los señores quieren
hacer otro.
Hasta el sábado por la mañana...
J. B. FRANCESIA, Pbro.
A las diez y media de la mañana llegaba don
Bosco a Fermo, en donde se entretuvo todo aquel
día y hasta después de comer del siguiente. Su
Eminencia, el Cardenal De Angelis, estaba fuera de
sí por la alegría de la visita, y decía a don
Bosco:
-íHe oído decir que en Roma ha hecho usted
furor! íMe alegro de ello!
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