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mucho tener que partir mañana... íy además está
don Bosco tan cansado!
Don Bosco entonces dijo al Conde:
-Siento darle nuevas molestias un día más; pero
estoy contento de poder pasar todavía algún tiempo
más con usted.
Volvió a entrar el Venerable en la sala, y
apenas se supo que no se marcharía al día
siguiente, enloquecieron todos de alegría.
Saltaban, reían, gritaban viva don Bosco, le
rodeaban y parecían hijos que hacía mucho tiempo
no habían visto a su padre.
Al día siguiente fue el Venerable a comer con
la familia Vitelleschi, porque quería darles una
prueba más de su reconocimiento. Estaba por la
tarde entretenido con sus huéspedes, cuando
anunciaron la llegada del cardenal Príncipe
Altieri. De acuerdo con las costumbres
principescas, el criado pronunció tres veces su
nombre y a la tercera apareció en la sala Su
Eminencia. Don Bosco, que, por sus muchísimas
ocupaciones, no había encontrado tiempo para
visitar al ilustre purpurado, el cual lo deseaba
vivamente, se acercó a él un poco confundido y le
saludó. Su Eminencia respondió con un altivo y
seco buenos días. Y nada más.
La conversación fue breve; no dirigió a don
Bosco una mirada, ni un cumplido, ni una palabra.
Cuando salió el Cardenal, la familia Vitelleschi,
y principalmente el Arzobispo, no sabían
explicarse el proceder del Cardenal:
->>Qué habrá pasado? íPobre don Bosco! >>Y cómo
hacer ahora para saber en qué ocasión habrá sido
ofendido el Príncipe? >>Qué se podría hacer para
calmarle y ganarse de nuevo su amistad?
Así hablaban, porque el Cardenal no era hombre
que se doblegase fácilmente.
((**It8.702**)) Pero
don Bosco, con calma y tranquilidad, replicó:
-No tiene ninguna importancia: déjenme hacer a
mí: mañana iré a visitarle, y todo quedará
arreglado.
Y al día siguiente por la mañana, día 26, don
Bosco, con su acostumbrada franqueza, fue a ver al
cardenal Altieri como si nada hubiera pasado, y,
lo primero, le presentó quinientos boletos para la
tómbola. El Príncipe sonrió, pagó los boletos y le
regaló encima quinientas liras para sus muchachos.
Mientras tanto su cuñada, la Princesa, apenas se
enteró de que don Bosco estaba en casa, corrió
exclamando:
-íDon Bosco! íDon Bosco!
Y se arrojó a sus pies.
-íHacía cuatro meses, añadió, que deseaba
hablar con usted!
Sucediéronse las más cordiales atenciones y
cuando el Venerable
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