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Esta mi carta debería haberle llegado el lunes
por la mañana, porque la empecé el sábado muy
temprano, pero ayer a las once y media estaba
todavía con ella, sin poder acabarla, a pesar de
que durante el día tomé varias veces la pluma, mas
sin ningún resultado...
Pese a todas las invitaciones y cortesías, don
Bosco saldrá de Roma el lunes (25) siguiendo el
itinerario que le marqué en la anterior. Desde
Bolonia telegrafiaré para decir la hora de nuestra
llegada a Turín. La ansiedad de nuestros muchachos
por don Bosco se siente también aquí por los
romanos, muchos ((**It8.700**)) de los
cuales, casi diría que meten prisas a don Bosco
para que venga a consolarles.
En casa de los Vitelleschi me conmovió la
despedida que hizo don Bosco el sábado por la
tarde. La señora María no podía separarse de él y,
tras varias pruebas de su afecto, lloraba al
pensar que su casa no volvería a ser alegrada con
la presencia de un santo. Así decía ella. Le
obligó a tocar distintos objetos y, luego, todos
de rodillas con su cuñado el señor Arzobispo,
recibieron su santa. bendición. Después quiso don
Bosco recibir la de Monseñor y salió llevándose
consigo su corazón y su alegría.
J.
B. FRANCESIA, Pbro.
Por la tarde del día 24, vigilia del día fijado
para la partida, nuestro gran amigo monseñor
Fratejacci entregaba a don Bosco varios regalos
para la tómbola, enviados por el nuevo instituto
de los Sanjuanistas de la Inmaculada Concepción, y
por el reverendo don Pedro Ceccarelli de Módena,
la señora condesa Catalina Boschetti Grossi de
Módena, y la señora Teresa Rondanini De Dominici,
cuyo marido, totalmente encorvado por una
enfermedad en la espina dorsal, esperaba obtener
la gracia de verse libre de aquella incomodidad y
prometía una generosa limosna para la iglesia de
Turín.
Don Bosco se lo agradeció de todo corazón, y le
encomendó las gestiones, aún no terminadas, ante
la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares, y
entró en las habitaciones de su bienhechor.
Toda la familia del conde Vimercatti estaba
reunida en una sala, juntamente con la
servidumbre. Todos estaban de rodillas y todos
lloraban. Quiso don Bosco decir unas palabras,
pero los sollozos le ahogaron y terminó llorando a
lágrima viva. No pudiendo resistir por más tiempo,
separóse de ellos y pasó a las habitaciones del
Conde. Este, en pie, sollozaba también. Tendió
resueltamente su mano derecha y le dijo:
-Don Bosco, no se marche; quédese conmigo
todavía hasta mañana.
Aquel señor había hecho muchos favores a don
Bosco, el ((**It8.701**)) cual no
pudo resistir a su petición y cedió. Acercósele
don J. Francesia y le dijo:
-Señor Conde, ha hecho bien en retener a don
Bosco: sentía yo
(**Es8.595**))
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