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Antes de partir de Roma, quiso celebrar por
devoción una misa en la capilla de san Estanislao
de Kostka en el Quirinal, en el Noviciado de los
PP. Jesuitas. Las señoras no podían entrar, ya que
era clausura, mas la princesa Odescalchi fue a
pedir permiso al Cardenal Vicario para que aquel
día pudieran entrar las mujeres, y el permiso fue
concedido. Después de una numerosa comunión, don
Bosco dio su acostumbrada platiquita. El padre
Angelini, que le oyó, decía:
-íCuánta unción y cuántas verdades en pocas
palabras! íNuestro padre san Ignacio no habría
hablado de otro modo!
Pero lo que más agradaba a los romanos cuando
predicaba don Bosco era la áurea sencillez de sus
razonamientos adaptados a todas las inteligencias.
Había pocos oradores sagrados populares; además no
era costumbre en las iglesias públicas y
parroquiales de Roma la predicación dominical
ordinaria y catequística, prescrita por el
Concilio de Trento. Fue invitado a celebrar en San
Roque y don Bosco se volvió al llegar la comunión
para decir unas palabras a los fieles. El órgano
le interrumpió. Hizo señas al sacristán que le
servía la misa, indicándole que quería decir dos
palabras...
-íNo se predica!, le respondió.
Y siguió tocando el órgano.
Creyó don Bosco al principio que sonaba el
órgano por equivocación, mientras era adrede para
impedir que predicase. Entonces insistió; y el
sacristán replicó enérgicamente:
-íSólo fue invitado para celebrar la misa! íY
no se predica!
((**It8.691**)) Don
Bosco agachó la cabeza y empezó a distribuir la
comunión.
No hay que extrañarse, pues, de que al volver a
visitar al Papa, como éste le preguntase qué había
visto en Roma que le pareciere había que corregir,
respondiese que había quedado pasmado de que los
domingos no se predicase ni se enseñara el
catecismo.
-En el Piamonte, añadió, un párroco no cree
haber cumplido su deber si no explica el
Evangelio, instruye a los adultos y enseña el
catecismo a los muchachos, todos los domingos.
Pío IX, que tenía distinta información, no
quería creer en aquella falta de predicación y
dijo:
-Comprobad con vuestros propios ojos y no
hagáis caso de lo que os digan. Comprobadlo y
dadme cuenta.
-Sí, Padre Santo, ílo haré!
Efectivamente. Un domingo después de comer
salió de casa con don Juan Bautista Francesia;
fueron de iglesia en iglesia, hasta las
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