((**Es8.563**)
Me dio luego las dos cartas, encargándome que
las llevara a Roma, y el se quedó tranquilamente.
íOh, si hubieses visto la alegría transparentada
en aquellos rostros celestiales ante la promesa de
que don Bosco se quedaría con ellos aquella noche!
Y entonces, pensándolo para mis adentros, me
avergoncé del poco caso que en ocasiones hago de
su venerada persona y reproché espiritualmente a
nuestros pobres muchachos que no quieren
aprovecharse de las santas doctrinas y palabras de
este gran Siervo de Dios. íOh, sepan estos pobres
equivocados que hay otros, que no son de su
rebaño, que aprecian, honran y reverencian a su
Padre y anímense a amarle y obedecerle!
->>Dónde está el Santo? Me decía en aquel monte
un pobre hombre >>dónde está el Santo que debe
haber venido hace poco y no quiero que se marche
sin haberle besado la mano y sin haber bendecido a
mi familia?
Mientras tanto yo partí hacia Roma.
-íQue Dios me valga! pensaba para mí; todos
esperan a don Bosco y en su lugar apareceré yo...
íLa cara que van a poner! >>Qué papel voy a hacer
yo?
Y llegué al Palacio Falconieri; eran las cinco
de la tarde, la hora de la cena. Había un gran
número de invitados que esperaban hacía tiempo y
apenas llegué, creyendo que don Bosco viniese
detrás:
-Por fin, exclamaron; >>y don Bosco?
-íDon Bosco está aquí!, respondí yo presentando
la carta.
La carta, religiosamente conservada, decía:
<>Algunos asuntos de estos buenos Religiosos
Camaldulenses me detienen aquí esta noche, por lo
que no puedo ir a cenar con V. E. como yo deseaba;
((**It8.663**)) de no
haber nada en contrario, iré el domingo a la misma
hora.-En todo caso le presento mi agradecimiento.
>>Que Dios le bendiga junto con toda su familia
y créame con todo mi aprecio,
>>De V. E.
>>Camáldula, 8 de febrero, 1867
<>
Todos quedaron disgustados, ya que el convite
se había preparado para honrar a don Bosco.
Mientras tanto, don Juan B. Francesia fue
introducido en un saloncito donde se encontraban
el Príncipe y la Princesa, a quienes entregó la
carta, esperando recibir una solemne reprimenda.
Leyó el señor la carta y dijo con entera
tranquilidad:
-Hoy no puede venir don Bosco; otro día sera.
La Princesa, enojada, exclamó con cierta
vehemencia:
-Ya sabe don Bosco que yo salgo mañana de viaje
y no le podré ver.
Y se puso mohina.
-Si tú no le ves, lo veré yo, concluyó el
marido.
(**Es8.563**))
<Anterior: 8. 562><Siguiente: 8. 564>