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-Yo, por lo menos, les dejaría el consuelo de
la esperanza a esos pobres desterrados.
-No sé lo que tú harías, si te encontrases en
mi caso; pero yo sé que debo responder así.
Primero, porque no tienen hijos. En segundo lugar,
porque el Señor íles ha borrado del libro de los
Reyes!
Y ahora volvamos a la carta de don Juan Bta.
Francesia.
El viernes, como ya dije en otra mía, fuimos a
la Camáldula. Estaba con nosotros el buen canónigo
Bertinelli y su hermano el abogado, los cuales
pagaron el vapor. Don Bosco, que es un pecador
obstinado en llegar tarde, mantuvo en vilo a estos
señores. Ya había sonado la última señal, los
viajeros estaban en su puesto, la ventanilla de
los billetes cerrada y don Bosco sin aparecer.
Finalmente llegó con toda tranquilidad. Uno fue a
sacar los billetes, otro acompañaba a don Bosco, y
otro se quejaba de la tardanza. Pero salimos
milagrosamente del apuro y partimos hacia la
Camáldula. No hablo del viaje, que fue bueno,
salvo un pequeño momento de miedo por un caballo
que se encabritó; porque se va en barco hasta
Frascati y después en carruaje.
Apenas supieron los religiosos que don Bosco se
acercaba, salieron a su encuentro a la distancia
de una milla. En la Camáldula estábamos entre
hermanos. Yo, que nunca había visto esta clase de
monjes, contemplaba estático y reverente su larga
barba, su calva frente, aquella cara macilenta y
aquella mirada tan serena y celestial de los
monjes. A la llegada de don Bosco se arrodillaron
en tierra, pidieron su bendición y le acompañaron
casi triunfalmente a la iglesia.
íCuántas emociones! Dejo el resto para volver
al punto de partida. Ya le había precedido la fama
de su virtud y los buenos ermitaños en su
religioso afecto se habían conjurado para lograr
que se quedara con ellos aquella noche. Pero don
Bosco respondía que no podía aceptar la cariñosa
invitación, porque tenía que ir a cenar en casa
del Príncipe Falconieri, conde Carpegna, el cual
para honrar a don Bosco había invitado a muchos
personajes aquel día. Esta casa era muy importante
y las personas que la componían eran de carácter
arrogante e irascible, especial mente la señora.
El Superior del convento insistía y don Bosco
continuaba en su negativa. Tenían un hermano ya
sano y bastante bien, pero que había recaído en su
enfermedad y deliraba de un modo espantoso.
Querían que le visitase, que le pusiese encima su
bendita medalla y que le curase al menos de la
cabeza.
>>Qué hicieron? Saben que con la oración todo
se obtiene. Entonces ((**It8.662**)) aunque
don Bosco había decidido partir y su secretario se
impacientaba, el Superior exclamó:
-Vamos a ver si el Señor me concede la gracia
que don Bosco me niega.
Y mandó a sus monjes que fueran ante el
Sagrario.
Con los brazos extendidos pusiéronse todos a
rezar a los pies del Sagrario, para que Dios
hiciese decidir a su Siervo a pernoctar en aquella
piadosa soledad. El Superior y los otros
arrodilláronse a los pies de don Bosco, pidiéndole
que, por Jesús y por María no les quisiese
abandonar tan pronto.
Enternecido don Bosco, dijo entonces:
-Que nunca se diga que yo niego lo que se
suplica a Jesús.
Y escribió inmediatamente dos cartitas: una al
conde Vimercati para que no le esperase, y otra al
Príncipe Horacio Falconieri, para avisarle de que
graves motivos le detenían en la Camáldula y no
podía ir a cenar a su casa.
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