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deseado fuese verdad. Anunciaba que el Conde había
curado. íOjalá fuese verdad! Otros periódicos se
interesaron por don Bosco y era necesario oír a
los críticos después del predicador. Pero don
Bosco, en vez de perder, siempre gana con estas
críticas. Todos le admiran y le llaman santo, por
su sencillez y su amabilidad.
Dos pobres hombres, que no querían saber nada
de religión, le oyeron hablar una vez, se
convencieron, y esta noche vendrán aquí a
confesarse. Si tuviese tiempo, yo creo que toda
Roma lo tomaría por confesor. Hombres barbudos,
mucho más que el Caballero, y con cara más
revolucionaria, se entregan a don Bosco con la
misma facilidad con que lo hacen nuestros
muchachos. Sus palabras tienen entonces algo de
extraordinario, porque, a personas nunca vistas y
desconocidas les dice lo más recóndito de su alma
y que ellas procuran esconder a toda costa; pero
no ((**It8.651**)) a los
ojos de Aquel que todo lo ve. En cuanto llegue a
casa, tendré muchas cosas bonitas que contar.
Adonde va don Bosco a celebrar la santa misa es
como una inundación: siempre gente nueva; los
antiguos conocidos desaparecieron. La Vitelleschi,
la Villarios, etc. perdieron ya la esperanza de
tenerlo en su casa alguna vez. Y, a pesar de este
aparente olvido en el que parece que don Bosco
tenga a estas buenas personas, ellas le admiran
mucho, le compadecen y tratan de ayudarle por
todos los medios. Gozan con sus triunfos como de
algo propio.
Todavía no se sabe el día de la partida, pero
se espera que sea antes de acabar febrero. Creo
que, si don Juan Cagliero nos enviase algunas de
sus obras musicales, se crearía un poco de fama.
Yo empiezo a difundir su nombre, pero no basta: se
requieren las obras. Que mande el Spazzacamino (el
deshollinador) y el Orfanello (el huerfaníto) etc.
Que se oiga también aquí la música del Oratorio.
Sé que un día de éstos se interpreta en un Colegio
Romano el Spazzacamino: bonita ocasión para
venderlo. Si yo supiera el lugar, yo mismo iría,
seguro de ser bien recibido: pues, como secretario
de don Bosco, tengo todas las puertas abiertas.
Saluda de mi parte a los muchachos, diles que
estoy siempre con ellos, que tengo aquí muchos
amigos, pero que no me bastan. Este descanso
agradable, a la par que doloroso, espero que a mi
vuelta me dará alientos para redoblar mi trabajo.
El viernes (8 de febrero) quizá mientras leáis la
presente, estaremos en la Camáldula, lugar
amenísimo, sobre los collados de los Apeninos.
Desde allí buscaremos Turín y os enviaremos a ti y
a todos los muchachos delicados y afectuosos
saludos. Adiós.
Todo tuyo en
J.C. y M. afmo. amigo
J. B. FRANCESIA, Pbro.
P.S.-Se ha difundido por toda Roma, se lee con
avidez y es alabado el Centenario de San Pedro: se
augura que para el mes de junio tendrá una gran
venta. El día 5, estuvimos a comer en casa de los
condes Antonelli Falchi. Son ahora las dos de la
tarde y don Bosco todavía no ha llegado para
comer.
El 22 de enero hizo mención del Centenario de
San Pedro la Unidad Católica, que tenía muchísimos
suscriptores en las regiones del sur de Italia,
anunciando también su precio de cuarenta céntimos:
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